Hace poco escuché una conferencia de Juan Pablo Correa, especialista en tecnología de atención a mayores en la que dijo algo que llamó mi atención: en un futuro cercano las residencias serán edificios que sienten. Mi primer pensamiento me hizo creer que estaba hablando de “edificios con sentimientos” lo cual me pareció poético, aunque increíble. Muy pronto entendí que estaba hablando de ¡edificios con sentidos! Eso será algo más prosaico, pero enormemente más interesante.
Sabemos que para poder ofrecer atención a las personas que viven en residencias lo más importante son los profesionales. Personas que ponen a disposición de los mayores su conocimiento, sentidos y fuerza física coordinándose para hacerlo mediante el uso de unos protocolos, registros y programas. Hoy ya disponemos de grúas y otros utensilios que permiten no depender únicamente de la fuerza muscular; también hay programas informáticos de gestión y otras ayudas tecnológicas. ¿Qué pasará cuando la tecnología existente se una a la inteligencia artificial y al auto-aprendizaje informático (machine learning).
Hoy, algunas residencias ofrecen a los residentes la posibilidad de llevar unas pulseras que permiten a una red de antenas conectadas con un ordenador saber dónde está todo el mundo en todo momento. A este sistema se le puede añadir una “capa lógica” que enviaría avisos a una gerocultora cuando, por ejemplo, alguien esté mucho tiempo en el lavabo o no se mueva. También se le pueden añadir acelerómetros a la pulsera de forma que avise cuando se produzca una caída. El sistema, que en España ofrece Ibernex, requiere que cada persona lleve el localizador.
Dentro de un tiempo eso ya no será necesario. El MIT está estudiando una combinación de cámaras con software de interpretación de imágenes y un sistema de radiofrecuencia para que el ordenador pueda “interpretar” lo que está su sucediendo sin ninguna intervención humana. El sistema podría incluso medir las constantes vitales de quien esté en una sala sin tener contacto. El sistema, además va aprendiendo a medida que funciona de forma que, después de un tiempo puede interpretar que se está produciendo una situación de riesgo como una caída o la salida de la habitación de alguien en concreto.
Para quien pueda considerar demasiado intrusivo eso de llenar la residencia de cámaras, la empresa Vayyar ha encontrado una solución que pronto estará disponible para nuestras residencias que permite instalar unos sensores que no tienen cámara, pero, mediante una especie de radares pueden “sentir” la presencia de personas en una habitación y saber si están de pie, sentadas, tumbadas o, incluso, si se han caído. Las personas no tienen que llevar nada puesto.
La clave en los sistemas que he explicado no es tanto la tecnología para “sentir” si hay alguien en un lugar y lo que hace sino la capacidad informática para interpretar y dar sentido a esa información. Una residencia puede tener mil cámaras, pero si no hay alguien mirándolas todas a la vez, la información que den puede no servir para nada o incluso ser contraproducente (“¡Cómo es que nadie atendió a mi madre inmediatamente si la caída la grabó la cámara del pasillo!”). De lo que se trata es que haya alguien siempre “mirando”.
¿Podrían también las residencias “oír”, “tocar” y “oler” y hacerlo de una forma que respetase la intimidad permitiendo mejorar el servicio? Si nos damos una vuelta por internet encontraremos ejemplos que nos permiten entender que en poco tiempo sí podrán hacerlo.
Antes de Navidad, supimos que un algoritmo de inteligencia artificial, alimentado de miles de grabaciones de toses de voluntarios que se habían hecho una prueba PCR y después habían compartido sus datos permitió detectar en más de 9 de cada 10 personas la covid-19 por la forma de toser. ¿Eso quiere decir que si hubiese micrófonos analizando los sonidos que se producen en la residencia podríamos quizás detectar alguna enfermedad o complicación incluso antes de que se hiciese evidente? Es más que probable.
Lo que puede hacer la cama y las sábanas que están en contacto con el residente, “tocándole” resulta también sorprendente. Un artículo publicado en una revista de tecnología médica en 2018 trataba de la existencia de camas que pueden conocer las constantes vitales de quien está en ellas sin necesidad de aparatos que tengan contacto. La temperatura, humedad, ritmo cardíaco, patrones de respiración…. Y eso era hace tres años con lo que seguro que ya existen sistemas que, mediante el tratamiento de esos datos pueden ofrecer alertas o respuestas directas.
Sobre cómo podrían usar el olfato las residencias he visto un artículo del año 2.000 sobre cómo crear una “nariz artificial” que detecte la incontinencia en residencias, también otro de 2005 y 2019 que analizan como se pueden “oler” algunas enfermedades en las personas.
O sea que sólo nos queda el sabor. Eso se me hace más difícil de imaginar.
Residencia las Marismas, 2031. Mientras hablamos con la directora sobre cómo han cambiado las cosas, el sistema avisa sutilmente a una gerocultora de que posiblemente va a suceder algo en el cuarto de baño de la habitación de la señora Luisa Ramírez. La gerocultora llega justo a tiempo para evitar algo que no sabe qué podría llegar a ser. Encuentra a Luisa algo desorientada y le ofrece su ayuda. Habla con ella un momento y se va.
Un servidor virtual que ni siquiera se encuentra en la residencia, o en España, lleva años recibiendo datos de los sensores, acústicos, olfativos, visuales y táctiles de la residencia las Marismas y muchas otras residencias; guardándolos, tratándolos, analizándolos y cruzándolos con muchas otras fuentes de datos como la medicación que toman los residentes, el cambio de pañales y otros más. Creando patrones y ofreciendo sus avisos.
Esas serán las residencias que sienten. Quizás no veamos sus oídos, ojos ni manos, pero estarán ahí “sintiendo”.
¿Aterrador? ¿Inquietante ante el uso perverso que puede hacer alguien de tantos datos? Seguro que sí, y no por ello menos probable.
Aceptemos que la tecnología va en ese sentido e intentemos crear las bases para que se desarrolle en el sentido correcto. A ver si aún estamos a tiempo.