En la cultura china, este 2020 que acabamos de abandonar ha sido el año de la rata, algo más que una metáfora premonitoria en Occidente. Un año de impasse olímpico que nos deja, con sus últimos coletazos, una esperanza cierta de poder despertar de este mal sueño. La tan ansiada inmunidad de rebaño podría llegar a lo largo de 2021 si tomamos conciencia de que la solución pasa por la vacunación generalizada. Pero la normalidad a secas, ni nueva ni vieja, no inundará nuestras vidas hasta un tiempo después, tras un largo y tortuoso camino para muchas personas que han sufrido los embates de esta tempestad sanitaria con gravísimas secuelas sociales y económicas.
Durante el año de la rata hemos sido testigos de la saña con la que determinados medios de comunicación han arremetido contra las residencias para personas mayores. No comparto muchos, si no todos, de los prejuicios en la evaluación de las respuestas asistenciales de la red residencial en una situación de total incertidumbre. En cambio, sí siento la necesidad de ser crítico en algunos aspectos que transcienden totalmente las posibilidades operativas, incluso las voluntades, de las y los profesionales de las residencias. La crisis de la Covid-19 no es el epicentro de la discusión sobre la atención residencial a nuestras personas mayores.
Previo a la pandemia, y probablemente también en un horizonte poscoronavirus si no hacemos bien los deberes, el sistema presentaba carencias intolerables si atendemos a la vigencia del marco normativo fundamental -casi tres lustros han pasado desde que se aprobara la Ley de Dependencia- y a las políticas sociales desplegadas por los distintos gobiernos autonómicos en uso de sus competencias y facultades. El mapa estatal es un absoluto delirio asistencial en cuanto a requisitos materiales y funcionales se refiere. Sobre este asunto ya se han pronunciado muchas voces más autorizadas que la mía y, en consecuencia, no insistiré más. Como bien sentencia el saber popular, a buen entendedor, pocas palabras bastan.
La Historia es la “disciplina que estudia y expone los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado”. En nuestro discurrir más reciente podríamos limitarlo al año de la rata. Es más, muchos estudios circunscribirán su análisis a este espacio temporal para “aislar”, con significación estadística, los factores implícitos en la infección, la propagación y la letalidad del maldito virus. Personalmente, albergo algunas dudas sobre la validez práctica de estos planteamientos cuantitativos porque la estadística basa su capacidad predictiva en la recreación de unas mismas circunstancias que, sin embargo, producen resultados desiguales. En la crisis de la Covid-19, la evidencia empírica ha demostrado que la primera y la segunda olas se han desarrollado en contextos diferenciados. Por tanto, ¿hasta qué punto serían aplicables hoy las correlaciones obtenidas para una realidad distinta y pasada?
Indudablemente, todo conocimiento produce valor añadido. No obstante, considero que ha llegado el momento de dedicar nuestros esfuerzos a prospectar el cambio en el paradigma de atención y no tanto a ponderar las causas de la incidencia del coronavirus en los recursos sociales para personas mayores. Empecemos a mirar el futuro sin olvidar, bajo ninguna circunstancia, el doloroso pasado vivido. Empecemos, en definitiva, a hablar del año del buey, pero preocupándonos por dar respuesta a preguntas que ya nos hacíamos en los años del cerdo (2019), del perro (2018) o del gallo (2017), por no retrotraernos más en el tiempo.
Nadie con un mínimo conocimiento del sector discutiría con seriedad la necesaria transición hacia otros modelos de atención. Pero hagámoslo con la pausa y la cautela que requieren los procesos de metamorfosis social. La evolución hacia nuevas fórmulas asistenciales pasa por planificar una adecuada dinámica para lograr un avance gradual en el que necesariamente deben participar, sin excepción, todos los actores del sistema. Si somos suficientemente imaginativos, el año del buey podría convertirse en la estrategia BUEY (Baremar-Universalizar-Estandarizar-Yuxtaponer):
- Fase 1 o fase B (baremar): los servicios residenciales para personas mayores son, también, un proceso de producción que, como cualquier otro, convierte recursos -input- en resultados –output-. Cada output, sin embargo, es normalmente distinto del anterior (perfiles de atención personalizados) y, ante un escenario asistencial tan aleatorio, deberíamos ser capaces de graduar la necesidad y parametrizar la presencia de cada recurso. Si, por el contrario, el precio de atención parece ser más resultado de la capacidad presupuestaria de cada autonomía que consecuencia, por un lado, del estudio analítico de la composición del coste por plaza y, por otro, de su correspondencia con perfiles tipificados de dependencia, poco o nada hace el sistema por impulsar esa pretendida homogeneidad. ¿En el año del buey veremos que el coste de atención se contrasta conforme a una misma metodología analítica?
- Fase 2 o fase U (universalizar): dada, por una parte, la innegable correlación entre dependencia y necesidad de apoyo para las ABVD y, por otra, su total independencia del padrón, no se entienden las actuales divergencias intercomunitarias en la asignación de ratios. Quienes nos gobiernan están obligados a plantearse la atención residencial en clave de convergencia. Para alcanzar este objetivo, sería aconsejable arbitrar un sistema estatal de cálculo de ratios soportado en modelos estimativos empíricamente fundamentados y, asimismo, alejados de métodos de ciencia infusa que arrojan propuestas como el Acuerdo sobre criterios comunes de acreditación para garantizar la calidad de los centros y servicios del Sistema para la Autonomía y la Atención a la Dependencia (SAAD). ¿El año del buey generará alianzas estratégicas entre los diferentes grupos de interés?
- Fase 3 o fase E (estandarizar): o, lo que es lo mismo, determinar qué entendemos como atención residencial del futuro. Muchas administraciones autonómicas han incorporado definitivamente a su agenda un replanteamiento del modelo residencial. En cualquier caso, no es una proclama innovadora. Desde hace un tiempo, muy anterior al año del gallo, el sector viene demandando recurrentemente este cambio de rumbo. Si bien el “nuevo” discurso está impregnado de conceptos alineados con la psicología humanista y, por extensión, con la atención centrada en la persona, la abrupta irrupción de la Covid-19 ha focalizado la atención en debilidades menos mediáticas del sistema (por ejemplo, en algunos puntos del Estado los centros podrían estar más próximos a las posibilidades de la beneficencia que a recursos sociales del siglo XXI, a tenor de lo exigido en las normativas vigentes). El sistema no ramificará si el sustrato no es el adecuado. ¿Será en el año del buey cuando todas las residencias del Estado consoliden el mínimo común denominador para avanzar a otros estadios de atención? ¿Habrá financiación suficiente para tal propósito?
- Fase 4 o fase Y (yuxtaponer): cuando contrastamos entre sí los marcos autonómicos (diecisiete comunidades autónomas, más de diecisiete normativas diferentes) nos encontramos con una realidad que está muy lejos de compartir un enfoque sobre el paradigma futuro en la atención residencial a personas mayores. Este análisis desde la yuxtaposición de normas debería formar parte nuclear de los cometidos de determinados organismos supracomunitarios como, por ejemplo, el Observatorio de la Dependencia. El objetivo es innegociable: promover políticas públicas de convergencia hacia los mejores idearios asistenciales (benchmarking funcional), que reduzcan las divergencias existentes y anhelen cumplir el principio constitucional de solidaridad interterritorial. La apuesta no es exclusivamente estatal; es, sobre todo, de cada ejecutivo autonómico. ¿Veremos cómo el año del buey traza las líneas estratégicas de la comparativa para la mejora?
2021 se antoja un año crucial para el devenir del sector. En el año de la rata, espoleados por una situación tan dramática en las residencias de toda Europa, nos hemos cuestionado la estabilidad de los pilares básicos de la atención residencial a persona mayores dependientes. Hay quien opina que se han tambaleado hasta derrumbarse. Yo sigo pensando que se han mantenido erguidos, pero con grietas profundas que amenazan con tumbarlos si no apuntalamos el sistema con medidas macro, de sector esencial porque presta cuidados de larga duración para personas vulnerables.
Cuando la parte gruesa esté garantizada, hilaremos todo lo fino que sea posible (medidas micro). Entonces, y solo entonces, estaremos en disposición de transformar el sector de un modo armónico, transversal y uniforme. Con este ánimo lanzo un ruego encarecido a quienes dirigen nuestros destinos: dejen que el buey brame en su año.