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Modelos residenciales: debate en tiempos de pandemia

Por Jonathan Caro Mourin
miércoles 13 de mayo de 2020, 04:22h
Jonathan Caro Mourin, enfermero especialista en Geriatría en la residencia municipal de Santurtzi. Profesor asociado en la Universidad del País Vasco, facultad de Medicina y Enfermería.
Jonathan Caro Mourin, enfermero especialista en Geriatría en la residencia municipal de Santurtzi. Profesor asociado en la Universidad del País Vasco, facultad de Medicina y Enfermería. (Foto: Jonathan Caro)

La aparición del SARS-Cov-2 o nuevo coronavirus ha tenido un impacto importante en cuanto a contagios y muertes en los centros residenciales de personas mayores. La continua información ofrecida por los medios de comunicación, siendo generalmente muy poco rigurosos con la interpretación de los datos, ha aumentado la preocupación de la sociedad sobre la calidad de estos centros y también ha supuesto un importante desasosiego en usuarios y familiares.

En medio de este remolino de noticias y emociones ha resurgido un debate en el ámbito gerontológico: el cambio de modelo de atención a mayores.

Cuando hablamos de modelos de residencia hay voces que se empeñan en dividirlo en el modelo hospitalario y en el modelo de atención centrada en la persona. Se alega que en residencias con un número elevado de profesionales sanitarios la atención estará centrada en la enfermedad, en cuidar o curar evitando todos los riesgos y donde la persona estará homogeneizada con el resto de usuarios. Por el contrario, los que defienden un modelo más tradicional se aferran a la salud como máximo exponente de bienestar y ven en la pandemia del coronavirus una oportunidad única para reivindicar el aumento del personal sanitario en las residencias.

La realidad dista mucho de ser una dicotomía donde elegir A o B. Se puede y se debe asegurar una atención sanitaria adecuada en las residencias sean del tipo que sean. Algunas funcionarán bien trabajando junto al servicio público de atención primaria y otras precisarán personal sanitario propio. Que un centro tenga una ratio de personal sanitario elevada no tiene que estar reñido con la atención centrada en la persona, no son factores excluyentes entre sí. Es imprescindible exigir a todos los centros socio-sanitarios que trabajen en la línea de la atención centrada en la persona y que los profesionales realicen su actividad sobre esos parámetros de atención. Un personal sanitario formado y sensibilizado en geriatría y gerontología siempre fomentará el autocuidado y la autonomía de la persona, si a esto le sumamos una cultura de atención centrada en la persona fomentada y defendida por la propia institución tendremos como resultado una residencia que cumple con todo lo necesario para, por un lado permitir a la persona usuaria el desarrollo de su proyecto vital y por otro lado gozar de la prevención, curación, rehabilitación y educación para la salud que proporciona el personal sanitario.

Algunos argumentos contra los modelos más sanitarizados hacen hincapié en que nadie quiere vivir en un hospital, pero no creo que ningún profesional sanitario del ámbito gerontológico quiera convertir una residencia en un hospital. No compartimos esa visión y no lo consideramos nuestra misión. De cualquier manera, no se debe establecer un modelo único de residencia donde solamente sea posible un tipo de estructura, plantilla, ubicación, cultura o actividades. No podemos caer en el error de homogeneizar la atención a las personas mayores teniendo en cuenta que son el grupo más heterogéneo de la sociedad.

Para favorecer la autonomía real es necesario aumentar el abanico de posibilidades que tiene la persona mayor para elegir centro residencial, debe tener la oportunidad de elegir el centro que más se aproxime a los criterios que ella considera más importantes para su vida. También debería ser fácil cambiar de centro cuando la persona siente que ahí no puede llevar adelante su proyecto vital y cree que en otro centro si podría hacerlo.

Todos los modelos de atención deben asegurar que la persona es tratada como un ser único y que puede llevar adelante su proyecto vital, además deben respetar sus valores y preferencias durante su estancia. Los centros tienen que ser transparentes, flexibles y accesibles, deben estar integrados en la sociedad para que no se conviertan en islas dentro de una ciudad o pueblo. Todas las residencias, grandes, pequeñas, más hogareñas o más sanitarizadas deben tener unos estándares máximos de calidad con unos indicadores medibles y adaptados a lo que sus clientes consideran importantes. Las residencias deben ser inspeccionadas y sancionadas por las administraciones públicas cuando sea necesario, pero también defendidas cuando son denostadas por la prensa u otros agentes.

Como última reflexión, creo firmemente que hay que replantearse el modelo o modelos que tenemos y cuáles queremos tener, pero no creo que esta necesidad se genere debido al coronavirus. Utilizar esta pandemia para defender un modelo u otro es oportunista y no parece estar mirando por el usuario de estos centros. No se deben diseñar residencias pensando en una próxima pandemia para convertirlas en búnkeres, deben orientarse a la autonomía de sus moradores consiguiendo que el ingreso en estos centros no suponga una pérdida de la propia identidad ni una ruptura total con la forma de vida deseada.

Debemos estudiar, revisar y diseñar los modelos para que las residencias sean hogares y que además aseguren la cobertura biológica, psicológica, social y espiritual. Se deben fomentar modelos óptimos para asegurar que la atención a las personas que eligen una residencia para pasar la última etapa de su vida sea de una calidad máxima. Lo merecen y es su derecho.

Jonathan Caro Mourin es enfermero especialista en Geriatría en la residencia municipal de Santurtzi.

Profesor asociado en la Universidad del País Vasco, facultad de Medicina y Enfermería.

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