Opinión

Cuando Van Morrison me recordó el por qué hago lo que hago

Carol Mitjana CEO y Co-Founder de Gran3dad. (Foto: Carol Mitjana).
Carol Mitjana | Lunes 09 de junio de 2025
Hoy me eriza la piel escribir estas líneas. Estoy en el AVE, volviendo del concierto de Van Morrison, y todavía me vibra el alma. Ayer por la noche viví algo grande. No solo por la música, no solo por él —por Van—, sino por lo que me despertó dentro. Porque anoche conecté con una parte muy profunda de mí misma: la que lucha cada día por facilitar las herramientas a la persona. La que cree que, más allá de lo que falta, hay siempre algo que permanece: la capacidad, el propósito, la pasión.
Van Morrison subió al escenario puntual, sin decir una palabra. Traje azul impecable, pañuelo a juego, sombrero con cinta del mismo color, su micrófono dorado y una banda de músicos que eran pura elegancia y talento. No habló. No explicó nada. Simplemente tocó. Cantó. Se entregó. Fue un líder sin necesitar protagonismo. Estaba entre los suyos, dándole espacio a cada uno. Un genio que sabe que la magia es colectiva.
Y mientras lo veía, sentí algo muy claro: él sigue ahí, a sus 80 años, porque lo que le mueve es más fuerte que el tiempo. Porque su pasión lo sostiene. Y entonces, como si las piezas se encajaran solas, pensé en nuestro trabajo. En el sentido profundo de lo que hacemos en Granedad. En las personas que acompañamos cada día.
Hace unos días asistí a una conferencia de Pilar Castro sobre la soledad no deseada. Me removió. Dijo algo que me marcó: cuando una persona mayor entra a vivir en una residencia, muchas veces empieza a ser tratada como dependiente simplemente porque comenzamos a hacerle todo. Sin darnos cuenta, anulamos lo que aún puede hacer.
Y me vino a la cabeza una imagen muy concreta: los tres vasos de agua que damos a cada "residente". Los justos para garantizar una buena hidratación.
Tenemos equipos humanos que los reparten, los registran, los convierten en indicadores de calidad del centro. Pero me pregunto: ¿cómo se siente esa persona que espera, cada día, que le traigan esos tres vasos? ¿Qué siente cuando nadie le pregunta si quiere beber ahora o después? ¿Cuándo ese gesto tan simple se convierte en algo automático?
Últimamente, cuando visito centros, ya no solo miro instalaciones o rutinas. Miro qué puede hacer por sí misma cada persona. Y sí, muchas veces es poco. Asistimos muy bien, pero también fomentamos sin querer esa sensación de no poder, de no ser útil, de no tener control.
Por eso la música de Van me tocó tan fuerte. Porque él sigue siendo él. Sigue decidiendo, sigue liderando, sigue emocionando. Y yo, que hace años no pude pagar aquella entrada en el FNAC para verlo en el Liceu, entendí que la vida me lo había reservado para ahora. Porque ahora puedo verlo, sentirlo y conectar con todo lo que me enseña.
Van ha sido la banda sonora de mi vida. Lo escuchaba de niña en el coche con mi padre. Lo escuchan ahora mis hijos en casa. Me ha acompañado siempre, en días buenos y en días duros. Y ayer, sin decir una palabra, me recordó por qué hago lo que hago.
Porque sí: somos lo que nos emociona. Somos nuestras pasiones, nuestras historias, nuestras luchas. Y en este sector, en el del cuidado, no podemos perder nunca eso de vista. Trabajamos con personas. Con sus capacidades. Con sus ganas. Con lo que aún vibra dentro.
Van, gracias por enseñarme tanto.
Gracias por recordarme que el liderazgo no grita, vibra.
Gracias por ser ejemplo de que a cualquier edad se puede seguir brillando.
Te prometo que voy a seguir luchando por cuidar desde las capacidades.
Por acompañar desde el respeto.
Por hacer que cada vaso de agua sea un gesto, no un trámite.
Y que cada vida, cada historia, tenga espacio para seguir sonando.
Gracias Van. Y gracias, papá.
Que nunca nos falte una razón. Una pasión.
Y la música.

TEMAS RELACIONADOS:


Noticias relacionadas