Un tema que toca de cerca a muchas personas cuando se hacen mayores y “dependientes” es la transición de vivir de forma independiente a empezar a plantearse la necesidad de mudarse a una residencia de mayores. Cambiar de un entorno familiar, la casa/piso donde hemos vivido durante muchos años, a un nuevo espacio como una residencia de mayores es un proceso que puede generar muchas emociones tanto a la persona dependiente como a los familiares más cercanos. Puede haber, dudas, miedos, e incluso una sensación de pérdida de independencia y de culpabilidad en el caso de los familiares.
Los cambios son continuos en nuestras vidas, sin embargo, no estamos preparados para aceptarlos. A lo largo de la historia, hemos visto cómo la resistencia a nuevas ideas y la negativa a reconocer errores han tenido consecuencias devastadoras. Sin embargo, también hemos aprendido que estar abiertos a los cambios y adaptarnos a nuevas realidades puede ser la clave para mejorar nuestra calidad de vida.
Hoy quiero reflexionar sobre este tema, abordando no solo ejemplos históricos, sino también cómo estos cambios se reflejan en decisiones cotidianas, como mudarse a una residencia de mayores.
Lecciones del pasado: Ignaz Semmelweis y la lucha contra la Fiebre Puerperal
Un ejemplo de resistencia al cambio nos lleva al siglo XIX, en un hospital de Viena. Ignaz Semmelweis, un médico húngaro, observó algo inquietante en la clínica de maternidad donde trabajaba: las mujeres que daban a luz en la sala atendida por médicos tenían una tasa de mortalidad alarmantemente alta, cercana al 30%, mientras que en la sala atendida por matronas, las muertes eran mucho menos frecuentes.
Semmelweis se dio cuenta de que los médicos, después de realizar autopsias en cadáveres, atendían a las parturientas sin lavarse las manos, ni los instrumentos que habían utilizado. Esto provocaba que las bacterias se transfirieran a las mujeres, causando infecciones mortales. En 1847, Semmelweis introdujo una medida simple pero revolucionaria: pidió a los médicos que se lavaran las manos con una solución de cloro antes de atender a las pacientes. Inmediatamente, la tasa de mortalidad se desplomó.
A pesar de la clara evidencia de que esta práctica salvaba vidas, Semmelweis se enfrentó a una feroz resistencia. Muchos médicos se negaron a aceptar que sus propias prácticas podían estar causando las muertes. Consideraban innecesario, ofensivo y humillante el simple acto de lavarse las manos, y como resultado, Semmelweis fue despedido y sus ideas tardaron años en ser aceptadas, lo que costó miles de vidas adicionales.
El escorbuto y la vitamina C: una solución ignorada por décadas
Otro ejemplo es el caso del escorbuto, una enfermedad que afectaba principalmente a los marineros durante los largos viajes marítimos. A mediados del siglo XVIII, un cirujano naval británico llamado James Lind descubrió que el consumo de naranjas y limones prevenía y curaba el escorbuto, gracias a la vitamina C contenida en estos cítricos.
Sin embargo, a pesar de la contundente evidencia, la Royal Navy tardó casi 50 años en implementar el uso regular de cítricos en las dietas de los marineros, lo que costó innumerables vidas. Este retraso fue producto de la resistencia a adoptar nuevos conocimientos y a cambiar prácticas ya establecidas.
Joseph Lister y los antisépticos en cirugía: una revolución lenta
En el siglo XIX, la cirugía era una práctica extremadamente peligrosa debido a las infecciones postoperatorias. Joseph Lister, un cirujano británico, comenzó a usar ácido carbólico (fenol) para desinfectar heridas e instrumentos quirúrgicos, reduciendo drásticamente las infecciones y la mortalidad en las cirugías.
Sin embargo, sus colegas se resistieron a adoptar estas medidas antisépticas, calificándolas de innecesarias y complicadas. Aunque las técnicas de Lister salvaron innumerables vidas, su aceptación fue lenta y costosa en términos de vidas humanas.
La transición de vivir solo a mudarse a una residencia: un cambio personal
Estos ejemplos históricos nos recuerdan lo difícil que puede ser aceptar un cambio, incluso cuando sabemos que es para nuestro bien. En la vida cotidiana, muchas personas mayores se enfrentan a un cambio significativo cuando consideran mudarse de su hogar a una residencia de mayores. Este es un paso que puede estar cargado de emociones: miedo a lo desconocido, preocupación por la pérdida de independencia y la nostalgia por el hogar que han conocido durante tanto tiempo.
Sin embargo, al igual que en las historias de Semmelweis, Lind y Lister, este cambio puede ofrecer beneficios importantes. Mudarse a una residencia de mayores puede proporcionar una mayor seguridad, acceso a cuidados especializados, y la oportunidad de formar parte de una comunidad de personas con intereses y experiencias similares.
Para ilustrar esto, me gustaría llevaros al canal de Inforesidencias de Youtube, donde, entre numerosos vídeos sobre los viajes geroasistenciales, cada lunes entrevistamos a diferentes residentes que nos explican su experiencia al pasar de estar en su propia casa a pasar a vivir en una residencia. Son videos cortos de menos de 2 minutos donde nos explican su experiencia de cómo vencieron el miedo y cómo se encuentran ahora.
En algunos casos nos explican cómo han descubierto que la vida en la residencia les ha dado una nueva perspectiva, incluso más autonomía. Por ejemplo, ahora tienen acceso a actividades que disfrutan, han hecho nuevos amigos, incluso tenemos el caso de una pareja que se han conocido y casado en la residencia. Otro residente nos explica que ahora puede salir a pasear (vivía recluido en su piso al no tener ascensor y él iba en silla de ruedas) y cómo ahora se siente más seguro sabiendo que hay profesionales disponibles para ayudarlo en cualquier momento. Esperamos que te sirvan de inspiración estos testimonios de personas que ya han hecho este cambio.
Además, las directoras y/o trabajadoras sociales que también nos acompañan en el programa de radio nos explican cómo muchas personas inicialmente se resisten a este cambio, pero una vez que se adaptan, encuentran una nueva forma de vivir con mayor calidad y felicidad. Su experiencia trabajando con personas mayores les ha demostrado que, aunque el cambio puede ser difícil, también puede abrir puertas a nuevas oportunidades y experiencias enriquecedoras.
La resistencia al cambio es una característica humana natural, pero como hemos visto en estos ejemplos, mantenernos abiertos a nuevas ideas y estar dispuestos a adaptarnos puede ser crucial para mejorar nuestra vida y la de los demás. Os animamos a tener curiosidad cuando notéis un rechazo, esto puede ayudar a superarlo.
Aceptar el cambio no es fácil, pero al hacerlo, podemos descubrir nuevas formas de vivir plenamente y con bienestar. Así que la próxima vez que enfrentemos un cambio, grande o pequeño, recordemos que estar abiertos a nuevas experiencias puede ser el primer paso hacia una vida más rica y satisfactoria.
Anna Cebrián es directora de Inforesidencias.com