Nunca he tenido responsabilidades políticas y, con mi edad, ya no creo que llegue a tenerlas. Por eso no sé lo que es sentir sobre mi espalda el peso de la toma de decisiones que pueden afectar al bienestar de miles de personas, hoy y en el futuro; la administración de un presupuesto, siempre limitado, para afrontar las necesidades infinitas de una sociedad dividida en diferentes grupos que reclaman cosas diversas, muchas veces contradictorias. Y todo ello mientras me preocupa la actuación de una oposición, siempre dispuesta a poner en duda mis decisiones; de unos medios de comunicación de diferentes tendencias que quieren sacar a la luz cosas que considero que estarían mejor en el olvido y con la espada de Damocles de las próximas elecciones colgando sobre mi cabeza sujeta sólo con un pelo de caballo.
Nunca lo he sentido, pero puedo imaginarlo. Me veo pensando en que hay que afrontar el reto que supone el tsunami demográfico. El aumento del número de personas muy mayores, entre las cuales, cada vez hay más dependientes. Personas que hasta hace unos años morían antes sin necesitar cuidados y, cuando los necesitaban, los recibían en el seno familiar.
La incorporación de la mujer al mercado de trabajo, el cambio de las estructuras familiares y el hecho de que mucha más gente llegue a los 85 o 90 años con muchas necesidades de apoyo, hace que la posibilidad de recibirlo dentro de la familia sea cada vez menor y que, quien podría o querría cuidar, sea a su vez más una persona mayor.
Me imagino examinando las estadísticas que indican la evolución del número de personas mayores que serán grandes dependientes, las que muestran el número de viviendas que no están adaptadas para poder atender a un dependiente por causa de sus barreras arquitectónicas, las de personas mayores que viven solas; las de incremento de personas mayores con enfermedades crónicas, pluripatología y fragilidad y, como conclusión, la evolución de necesidad de plazas de residencias asistidas para personas mayores.
Puedo sentir esa sensación de incomodidad al ver que no hay suficientes plazas para cubrir la necesidad actual y que cada año que pasa, en vez de acercarnos al objetivo nos alejamos debido a que el número de grandes dependientes aumenta por encima del de las plazas que se ponen en funcionamiento.
Ante esa preocupación, me imagino preguntando a expertos y a los prestadores de servicios, públicos, privados mercantiles y del sector social, qué podemos hacer para aumentar el número de plazas en residencias.
Me imagino a algún experto diciendo que lo primero sería garantizar que sólo quien de verdad necesita una residencia vaya a una, o sea, intentar que la mayoría sea cuidado en su domicilio mediante sistemas de teleasistencia, ayuda a domicilio y centros de día. Otro experto apuntaría que con la cantidad de horas de ayuda a domicilio que prevé la normativa resulta casi imposible sustituir los servicios que ofrece una residencia y que la mayor parte de domicilios no están adaptados haciendo el cuidado enormemente difícil.
Los prestadores de servicios, con seguridad, dirían que, si se crea un marco estable y un compromiso de mantenerlo en el tiempo, garantizando una financiación adecuada, la iniciativa privada podría construir buena parte de las plazas que se necesitasen. Ante eso, surgiría la discusión, ya que habría quien lo consideraría una “privatización inaceptable”.
En ese punto se pondrían en marcha los excels, se llenarían filas y columnas de datos como lo que cuesta construir y mantener una residencia pública de gestión pública, una concertada y una totalmente privada. Se calcularía el coste de la ayuda a domicilio con suficientes horas para sustituir la atención que ofrece una residencia. Se plantearían cuestiones como lo difícil que resultaría la contratación de personal para atender esas nuevas plazas o la necesidad, no solo de construir nuevas residencias, sino de adaptar las existentes. Los excels harían su magia y convertirían las celdas en resultados, en cantidades de dinero que harían marear nuestra cabeza de gobernante.
- “¡Alto ahí! ¡Esto es carísimo! ¿No hay otra opción?”
Quizás algún experto apuntaría la posibilidad de aplicar técnicas de licuación patrimonial, como el fomento de la hipoteca inversa, la renta vitalicia o la nuda propiedad, para mejorar los ingresos, otro recomendaría una clara apuesta por la tecnificación de la atención, y aún otro algo radical como construir macroresidencias en la España vaciada y llevar allí a los mayores de las ciudades y a inmigrantes ilegales con la promesa de permisos de residencia y trabajo a cambio de formarse y trabajar durante cinco años en los nuevos centros.
Después silencio.
Pasa un minuto. Echo de la sala al experto de las macroresidencias y agudizando mi astucia política digo: “¿Y no sería posible inventarnos algo contra lo que “de verdad” necesitamos luchar y dejar de momento el problema de construir nuevas residencias?”.
Nadie me entiende. Ni los prestadores de servicios ni los expertos. Así que sigo hablando yo.
- “Necesitamos algo que nadie considere hoy un problema. Tenemos que contratar a unos expertos para que redacten un informe que lo defina, lo explique y cree una estrategia para afrontarlo. Tiene que ser algo no lo suficientemente claro como para que necesite una definición compleja, y a poder ser, algo contradictoria. Podemos mezclar varios problemas, aunque no tengan mucho que ver entre ellos y darles un nombre común. A partir de allí hay que dar empaque. Se me o curre crear dos enfoques orientadores, tres planes operativos, cinco ejes estratégicos, siete focos estratégicos, nueve principios orientadores, 36 líneas de actuación y 78 indicadores que servirán para llevar a cabo tres evaluaciones, dos intermedias y una final. ¿Me siguen ustedes?”.
A los expertos se les ha iluminado la cara. Lo empiezan a entender.
- “Se les ocurre algo sobre lo que podamos generar ese 'problema'?”.
Desde el fondo de la sala con voz discreta un experto de pequeña talla dice una palabra que hace girarse a todos.
-“¿Desinstitucionalización?”
Otro silencio. Alguien teclea en la pantalla del móvil, buscando.
- “No sé qué es exactamente, pero me gusta”, digo aún algo dubitativo.
- “Quiero una definición, un análisis y una estrategia para luchar contra nuestro nuevo enemigo, ¿cómo ha dicho que se llama?”.
- “Desinstitucionalización”.
- “Pues eso. Qué tiemble, porque vamos a por ella”.
- “¿Y el problema de la falta de plazas en residencias para personas muy dependientes que de ninguna forma pueden ser atendidas en sus domicilios, que sabemos se va a incrementar mucho en los próximos años?”
Pregunta levantando levemente un dedo un prestador de servicios sociosanitarios.
- “Ya habrá tiempo para eso”, dices triunfante, “de momento hemos detectado a nuestro verdadero enemigo y vamos a vencerlo sin paliativos.
A partir de ahora, orientémonos todos contra la… ¿Cómo era?
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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