Empieza un nuevo año y, con él, un hito importante para mí: el próximo junio cumpliré 60 años. Un cambio de década que durante buena parte de la historia me habría metido de lleno en “la ancianidad” y que, sin embargo, en el que vivimos, afronto con un buen estado de salud, un nivel de satisfacción vital razonable y sin depender de otros para las actividades de la vida diaria. Me siento por un lado muy afortunado aunque por otro, no lo niego, me genera un cierto respeto eso de pasar de “cincuentón” a “sesentón”.
En estas cosas iba pensando cuando me he puesto a leer un artículo en una revista que me ha dejado aún más pensativo. Si es cierto lo que dice, resulta que mi generación y los algo más mayores tenemos unos hábitos que hacen que las generaciones más jóvenes parezcan casi monjes. Y no, no estoy exagerando.
Según el artículo, mientras los jóvenes están pegados al móvil, preocupados por el clima y mucho menos inclinados a usar sustancias que alteren la mente, mi generación sigue con sus viejos amigos: el alcohol, las drogas y, bueno, una vida sexual bastante activa.
Aunque no se refieren exactamente a Epaña, se habla de “fiestas de togas” al estilo romano, con alcohol a raudales, de jubilados que vuelven a consumir drogas recreativas y de un aumento alarmante en las enfermedades de transmisión sexual entre mayores de 55. ¡Incluso mencionan que los casos de gonorrea entre personas de mi edad se han multiplicado por seis desde 2010! Me tranquilizo pensando que, según el artículo, eso ha pasado en Estados Unidos.
Parece que mientras los jóvenes beben menos, los mayores le damos con ganas al vino, la cerveza o lo que se nos ponga por delante. En países como Australia, los mayores de 55 ahora beben de forma más peligrosa que cualquier otro grupo de edad. Y no solo hablamos de alcohol. En España, por ejemplo, el consumo de cocaína entre personas de 55 a 64 años se ha multiplicado por ocho en los últimos 15 años, no sé de dónde han sacado este dato, pero es el único que ofrece todo el artículo referido concretamente a España.
Las tasas de divorcio entre los mayores se han disparado y muchos están descubriendo o redescubriendo una vida sexual activa que ni siquiera habían imaginado antes. Aplicaciones de citas para mayores, pastillas para la disfunción eréctil y una actitud mucho más relajada hacia el "enganche casual" han hecho que mi generación viva una especie de "segunda adolescencia". Claro, el problema es que con esa libertad también vienen problemas: las enfermedades de transmisión sexual han aumentado notablemente en este grupo de edad en casi todos los países ricos.
Lo curioso es que esto no es un fenómeno nuevo. Parece que mi generación simplemente sigue haciendo lo que siempre hizo. Crecimos con el rock, las revoluciones sexuales, los anticonceptivos y el fin de muchas normas sociales estrictas. Ahora, con menos responsabilidades (los nietos ya no necesitan tanto de nosotros gracias a las guarderías pagadas y el cuidado profesional), más dinero (en su mayoría, somos dueños de nuestras casas) y más tiempo, simplemente seguimos eligiendo la diversión.
El artículo concluye que, si antes eran los jóvenes los que preocupaban a los gobiernos por su "desenfreno", ahora somos nosotros, los que estamos causando problemas. Desde tensar los sistemas de salud hasta representar una proporción creciente de arrestos y delitos, los boomers parecemos ser, de nuevo, la "generación problema". Y no puedo evitar reírme un poco ante esta idea.
Me río porque confieso que durante mi juventud el desenfreno que al parecer invadió a mi generación decidió dejarme a un lado. Ahora, cuando escucho que estamos ante las primeras generaciones de jóvenes que vivirán peor que las de sus padres y abuelos, me imaginaba que se referían a otra cosa, pero quizás era esto.
A ver si, esta vez, los que fuimos forzosamente formales durante la juventud, tenemos la ocasión de dejarnos llevar por el remolino de libertinaje y alcohol y drogas que nos pasó de largo sin levantarnos del suelo durante la juventud.
Releo lo que he escrito y lo confieso: no lo quiero. No tengo demasiadas ganas de echarme en manos de los desenfrenos frustrados del pasado. Como he dicho al principio, afronto los sesenta con un buen estado de salud, un nivel de satisfacción vital razonable y sin dependencia. Además, tengo muchas cosas que me apetece hacer y me llenan.
¿Será que me estoy haciendo mayor?
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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