"El secreto de la vida no reside en responder viejas preguntas, sino en hacernos nuevas para encontrar nuevos caminos", como nos decía Einstein. Así empezó todo para mí: haciéndome nuevas preguntas cuando llegué a trabajar a la residencia.
Una de las primeras preguntas que me hice fue:
¿Quiénes son las personas que acompañan en el final de la vida en una residencia?
Esta pregunta me llevó a reflexionar sobre la importancia que tienen quienes están presentes en esos momentos. Observo que tenemos cubierto el acompañamiento físico y médico en un alto porcentaje, pero ¿qué pasa con el acompañamiento emocional y espiritual? Ahí, el porcentaje, bajo mi punto de vista, baja.
La siguiente pregunta fue:
¿De qué depende que una muerte sea en paz?
Esta pregunta es, mucho más difícil de responder, y más en unas líneas, ya que la paz es algo individual, personal y subjetivo. Sin embargo, lo que si se es que hay factores que pueden colaborar a que ese proceso sea más o menos sencillo. Es muy importante el acompañamiento y la forma de hacerlo. En la formación Morir en Paz nos adentramos de manera profunda en esta cuestión.
Pero antes de profundizar o debatir, debemos mirar una realidad que ya no podemos ignorar. Afortunadamente nos estamos ocupando de que la atención integral centrada en la persona (AICP), sea una realidad en cada uno de nuestros centros. Un modelo que respeta los deseos, necesidades y ritmo de vida de cada persona. En las residencias se tiene que seguir trabajando para que cada persona viva como realmente quiere vivir, sintiendo que está siendo atendida de manera personalizada y que sus cuidados reflejan quién es y qué necesita en cada momento.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando esa persona llega al final de sus días? ¿Es el acompañamiento en ese tramo tan importante como lo es en la vida diaria? Mi propuesta es que sigamos caminando en la misma dirección, avanzando y profundizando en un acompañamiento que sea, hasta el último día, personalizado, humano y cercano. Debemos asegurarnos de que el procedimiento para acompañar al final de la vida sea claro y donde los profesionales se sientan seguros, sin dejar espacio para la incertidumbre.
El miedo es el mayor obstáculo, esto es lo que he observado desde que estoy formando en las residencias para la implementación de Morir en Paz desde el modelo AICP. Miedo a lo desconocido, miedo a no saber cómo actuar, miedo a la muerte en sí misma. La muerte sigue siendo, hoy en día, un tabú en nuestra sociedad. Es un tema que evitamos, como si hablar de ella pudiera atraerla. Todavía no se ha llegado a entender que, en realidad, es una de las partes más importantes de nuestra vida, del que también nos tenemos que ocupar.
Esta falta de preparación nos afecta como profesionales. En las residencias, inevitablemente, vamos a tener que acompañar a personas en su proceso de morir, y es nuestra responsabilidad saber cómo hacerlo. No podemos permitirnos la opción de no saber, no conocer o no querer hablar sobre este tema. Aquí es donde entra en juego nuestra formación y nuestro compromiso. No es opcional, es una responsabilidad ética y profesional.
¿Cómo nos relacionamos con la muerte? Tenemos que revisar qué nos provoca a nosotros el tema de la muerte, entender nuestras emociones y, sobre todo, aprender a gestionarlas. Solo así podremos ofrecer un acompañamiento auténtico y sereno. Una de nuestras funciones esenciales en una residencia es justamente esa: acompañar a las personas en todas las etapas de su vida, incluida la muerte.
Estamos hablando mucho de la soledad en las personas mayores ancianas pues siguiendo con el hilo sobre este tema, me encuentro que en el tema de final de vida muchas personas mueren “solas”. Si, atendidas médicamente, que reciben los cuidados paliativos necesarios, pero emocionalmente en muchos casos solas. El miedo, impide acercarse de manera humana, estar presentes en estos momentos tan importantes para las personas. Los pequeños detalles y la presencia, es donde residen algunos de los puntos para que una muerte pueda ser en paz. Actos de humanidad que pueden cambiarlo todo.
He visto cómo la formación transforma estas dinámicas. Cuando un equipo de residencia se toma el tiempo para escuchar, para vivir y sentir, para debatir y reflexionar sobre estos temas, algo cambia. Lo que antes era miedo y rechazo, se convierte en curiosidad y deseo de aprender más. Un buen protocolo de buenas prácticas, basado en la experiencia y el diálogo, genera confianza. La clave está en la formación y en normalizar el tema de la muerte, en entenderla como una parte más de la vida, y en prepararnos para acompañar a otros en ese proceso con responsabilidad y de una forma profesional.
Para mí, acompañar a alguien en su final de vida es un honor y una gran responsabilidad. Es una oportunidad de crecimiento personal, pero también una obligación ética y profesional. El acompañamiento produce el cambio pero no solo produce el cambio en la persona que se va, sino también en quienes estamos al lado. Nos enseña a valorar la vida desde una perspectiva más profunda, más real.
En este momento, en el que somos promotores del cambio en nuestras residencias, es fundamental seguir avanzando hacia una nueva forma de mirar la muerte, no como un fracaso o una tragedia, sino como una etapa más en el ciclo de la vida. El miedo debe transformarse en una oportunidad para hacer las cosas mejor.
Invito a todos los profesionales a prepararse, a comprender y a contribuir en el acompañamiento de las personas en su proceso de fin de vida, a través de la acción formativa Morir en Paz desde el modelo AICP, generando el mayor grado de responsabilidad, humanidad y conciencia en el proceso de acompañamiento de final de vida. Estamos en continuo movimiento y aprendizaje.
Como última reflexión, todos deberíamos preguntarnos: ¿Cómo nos gustaría ser acompañados en nuestro propio final?
Montse Vila Pla es Técnico superior en Integración Social, Mediadora y Tanatóloga