Hace unos días he participado en unas interesantes jornadas en Madrid organizadas por Hispacoop que llevaban por título “Cohousing senior en el cooperativismo de consumo”.
Cuando me invitaron y me dijeron que mi participación tenía que versar sobre las dificultades de aplicación de la Ley de Dependencia en las viviendas colaborativas, que coloquialmente se conocen como “Cohousing”, tuve que pedir alguna explicación más. Hasta entonces, cuando pensaba en este modelo de convivencia me venían a la cabeza personas mayores bastante autónomas, después vi por dónde iban las cosas.
Para quienes no estén familiarizados con el concepto, un cohousing es una forma diferente de vivir que suele plasmarse en un edificio o complejo de inmuebles en el que existen unos espacios privados (pisos, apartamentos, casitas) para sus habitantes y amplios espacios comunes que buscan evitar el aislamiento y fomentar una forma de vida colaborativa en la que se potencia la ayuda mutua, la responsabilidad, la solidaridad; todo ello con un funcionamiento autogestionado, igualitario y democrático. O sea, un espacio que fomenta una forma de vida diferente y enfrentada al “aislamiento en compañía” en el que solemos vivir, principalmente en las ciudades.
Se habla de “cohousing senior” cuando quienes conviven son personas de más de 55 años.
Aunque en España son algo reciente y todavía no muy extendido, fuera es algo con más trayectoria (el primero se puso en funcionamiento en Dinamarca en 1972), he tenido la ocasión de ver diferentes modalidades de cohousing en países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania y Austria y lo que más llama la atención es lo diferentes que son unos de otros.
En principio parece que eso de “colaborativo”, “autogestionado” o “igualitario” podría evocar a algo como una comuna hippy de los años setenta. La verdad es que existen modelos adoptados por personas de diferentes niveles económicos y sociales. He visto en Suecia un cohousing de “alto standing” donde la principal actividad comunitaria era la preparación de cenas comunales en una cocina que estaba equipada con electrodomésticos de ultimísima gama (con hornos para cocinar al vacío o emulsionadores de comida de los que sólo compran restaurantes de lujo); allí la limpieza de espacios comunes y de los apartamentos se contrataba a una empresa externa y las actividades programadas eran más tipo concierto o jugar al bridge; en el lado opuesto, en Alemania visitamos un “cohousing social intergeneracional” con espacios comunes bastante reducidos y que basaba su aspecto colaborativo en la ayuda entre los habitantes. En ese edificio todo lo hacían entre todos.
En la última que he visitado, en Noruega, me llamaron la atención dos cosas: que era básicamente intergeneracional (convivían familias con personas solas y parejas de diferentes edades) y el hincapié que hacían en la sostenibilidad. Nos lo explicaron así: “Si entras en un edificio de viviendas donde conviven 40 familias, es posible que, repartidos entre los pisos, puedas encontrar 40 cajas de herramientas, 35 taladros de bricolaje, 20 sartenes wok, 8 aspiradoras de vapor y otros utensilios que suelen costar mucho dinero, que han contaminado al ser fabricados y se utilizan apenas una o dos veces al año. Los compraste en un momento de impulso y después casi no los usas. Aquí hemos decidido que compraremos entre todos esas cosas, una de cada y siempre lo mejor de lo mejor. Así, si un día necesitas hacer un agujero en la pared, sabes que tienes un modelo profesional a tu disposición y que sabes que lo guarda tu vecino Bjorn. Además, es posible que quien se haya ofrecido a guardarlo, sea muy manitas y te pueda decir cómo hacer el agujero sin mucho estropicio. Viviendo en nuestra comunidad tienes más cosas que viviendo solo, esas cosas de utilizan más a menudo con lo que consumimos de forma más racional”.
¿Cómo llega la gente a vivir en un cohousing senior?
No es lo mismo llegar al cohousing que buscar una plaza en una residencia de ancianos,
Esto es lo que me pregunto cada vez que visito uno y la respuesta es siempre doble:
Por un lado, están los promotores que son los que en su día decidieron crear la comunidad (en muchos casos en forma de cooperativa), buscaron el terreno y la financiación, construyeron el inmueble y crearon la forma jurídica y las formas de funcionamiento. Estos suelen ser muy militantes, activos y casi aventureros. Después están los que llegan con el modelo ya creado. Estos aceptan las normas, apuestan por un modelo ya creado porque han conocido a alguien que vivía allí.
Lo que tienen en común es que son personas que se deciden por una opción de vida diferente y minoritaria y que lo hacen pensando que será su “último hogar”. Y aquí es donde entra lo de la Ley de Dependencia.
Cuando el cohousing es intergeneracional la relación de ayuda mutua se ve muy clara: los mayores autónomos ayudan a las familias más jóvenes en algunas tareas y éstos a ellos. Cuando el vecino mayor es mucho más mayor la comunidad sustituye a la familia extensa por lo que, contratando algún servicio de ayuda a domicilio y teleasistencia, la persona puede seguir viviendo en la comunidad hasta el final.
Cuando el cohousing es senior el problema radica en que los promotores suelen ser homogéneos en edad (suelen rondar los 60-70 años) por lo que es muy posible que lleguen a sufrir situaciones de dependencia “muchos a la vez”. La posibilidad de ayuda mutua es más difícil si el 50% son dependientes y la Ley de Dependencia no ayuda mucho porque no previó esta situación.
Los mayores dependientes que viven (o vivirán) en cohousings quieren seguir viviendo en su casa pero sin renunciar a sus derechos. Desde el mundo del cohousing se considera un fracaso el ingreso en una residencia tradicional de uno de sus usuarios.
La realidad hoy, según escuché en la jornada, es que en una comunidad cohousing en la que tres de los residentes son dependientes y reciben ayuda a domicilio, ésta viene a horas diferentes y con personas diferentes; o que al usuario se le dice que necesita una residencia y que no le pueden dar ayuda para el cuidado no profesional porque no convive con ningún familiar.
Lo que querrían las cooperativas es ser reconocidas como una entidad que pueda gestionar de forma conjunta las prestaciones de dependencia de sus residentes cooperativistas. De esta forma, defienden, se podría ser mucho más eficiente y eficaz además de conseguir que la persona pudiese quedarse en “su casa” hasta el final.
En la Ley de Dependencia (LAPAD) que tenemos ahora esto no cabe, aunque eso no quiere decir que no se pueda hacer.
Lo que ha quedado más claro con la LAPAD es que, cada Comunidad Autónoma puede hacer casi lo que le dé la gana. El ánimo unificador que parecía tener desapareció hace años. Por eso, si las cooperativas de cohousing son hábiles a nivel local, pueden conseguir ser reconocidas como prestadoras de servicios sui generis o como una especie de “residencia de mayores especial”. Si una comunidad lo hace y las otras le siguen podrían generarse soluciones.
Lo mejor, en cambio, si se considera que el cohousing ha de convertirse en una opción relevante numéricamente, sería cambiar la propia Ley de Dependencia.
El problema con esta última opción es que viendo lo que costó la primera y lo mal que salió, no tengo ninguna seguridad de que la versión 2.0 fuera a ser mejor.