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Crónicas Japonesas (4): Esperanza, un puente entre culturas que cuida con profesionalidad

En el viaje geroasistencial a Japón de mayo/junio de 2025, conocen Esperanza, un servicio de atención a domicilio nacido en 2011 en la prefectura de Saitama.
En el viaje geroasistencial a Japón de mayo/junio de 2025, conocen Esperanza, un servicio de atención a domicilio nacido en 2011 en la prefectura de Saitama. (Foto: Inforesidencias.com)
Por Josep de Martí

En este viaje geroasistencial a Japón de mayo/junio de 2025, además de conocer grandes estructuras institucionales y modelos estatales como el Kaigo Hoken, también hemos descubierto iniciativas que, aunque más pequeñas en escala, destacan por su enfoque humano y su impacto directo en la vida cotidiana.

Una de ellas es Esperanza, un servicio de atención a domicilio nacido en 2011 en la prefectura de Saitama. Su nombre, en español, ya nos sugiere una mirada especial: la de quienes, siendo migrantes, han apostado por ofrecer cuidados en un país con otra lengua, otra cultura y otras normas.

Esperanza, según nos explicó su fundador y dueño, Akira Chinen, comenzó siendo una empresa impulsada por personas de origen peruano, y hoy emplea tanto a profesionales latinos como japoneses. Su actividad se centra en la prestación de servicios domiciliarios para personas con discapacidad y personas mayores, incluyendo higiene personal (con un interesante servicio de baño a domicilio en el que el baño se realiza en una bañera que forma parte de un vehículo adaptado que se traslada a casa del cliente), acompañamiento a citas médicas, transporte adaptado e incluso asistencia para realizar compras o visitar templos.

Lo hacen con algo que a menudo se echa de menos: continuidad del profesional que atiende. La misma cuidadora que ayuda con el aseo puede acompañar al cliente en sus gestiones. No hay rotación constante. Hay vínculo.

El modelo de financiación es mixto. La mayoría de usuarios accede a estos servicios mediante las ayudas públicas previstas para personas con discapacidad o dependencia. La empresa factura directamente al Estado japonés el 90 % del coste, y el usuario aporta el 10 % restante. Un sistema que, como el Kaigo Hoken, prioriza la simplicidad administrativa y la claridad para el usuario. En algunos casos, quienes no cumplen los requisitos para recibir subsidios también pueden acceder al servicio de forma privada.

Esperanza ofrece transporte adaptado en vehículos preparados para recibir sillas de ruedas y sus intervenciones pueden durar desde 25 minutos hasta desplazamientos completos entre ciudades. Pero lo que más llama la atención no es la logística, sino el enfoque. Nos contaron, por ejemplo, cómo acompañan a personas mayores a sus visitas al templo cuando no pueden ir solas, o cómo gestionan casos complejos sin que nadie quede fuera por motivos culturales o lingüísticos.

Un detalle importante que se destacó durante la presentación fue que todo el personal que trabaja actualmente en la entidad es profesional cualificado. Aunque la normativa japonesa permite que personas sin formación específica trabajen en el cuidado, en Esperanza prefieren contar con cuidadores certificados y con formación, incluso si proceden de otros países. De hecho, el Estado japonés subvenciona la capacitación de estos profesionales, exigiendo como condición un nivel básico de idioma y una titulación reconocida.

En el centro en el que trabaja una de las responsables de formación, quien nos habló durante el encuentro, todos los cuidadores son profesionales y ningún trabajador entra con menos de una determinada carga horaria o sin la preparación adecuada. Incluso los enfermeros que llegan del extranjero suelen trabajar inicialmente como cuidadores, mientras completan su integración en el sistema. Esta exigencia es, paradójicamente, una respuesta a la falta de personal: “como faltan manos, no podemos permitirnos el lujo de contratar sin asegurarnos la calidad”.

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También nos explicaron que Esperanza gestiona un centro infantil llamado Esperanza Kids, destinado a niños con discapacidad desde primaria hasta secundaria. Allí se desarrollan actividades adaptadas, desde informática hasta salidas al exterior. Los vídeos que compartieron muestran un entorno activo, donde los niños no solo reciben atención sino que también salen al mundo: van al parque, a museos, o a hacer pequeñas excursiones.

Todo esto, desde una empresa fundada por migrantes y que hoy da servicio en una de las regiones más pobladas de Japón. No es una excepción. Es un recordatorio. De que los cuidados no tienen fronteras, pero sí necesitan estructura, visión y algo tan sencillo como coherencia. Profesionalidad sin frialdad. Empatía sin improvisación. Y una dosis de esperanza, nunca mejor dicho, en que el cuidado puede ser también un camino de integración y reconocimiento mutuo.

En medio de debates globales sobre quién cuida y cómo se cuida, conocer iniciativas como Esperanza nos muestra que la innovación también se expresa en la forma en que tratamos al otro. Y que, a veces, el mejor modelo no es el más complejo ni el más grande, sino el que consigue que una persona se sienta atendida por alguien que la entiende. Aunque hable otro idioma.

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