Sobre la reciente resolución del Consejo de Derechos Humanos sobre las personas mayores.
La idea de que la historia “avanza” a veces resulta una ilusión. Más bien parece que corremos desenfrenadamente en la rueda de un hámster viendo cada cierto tiempo la misma realidad repetida, aunque disfrazada con otro atuendo. Todo se mueve, pero ¿algo progresa? En marzo, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó la creación de un grupo de trabajo intergubernamental para redactar un instrumento jurídicamente vinculante que proteja los derechos humanos de las personas mayores. ¡Eso es bueno! ¿No? Pues tendremos que aplaudir. Pero mientras lo haces no puedes evitar tener la sensación de haber vivido ya ese momento y no sólo una vez.
Porque sí, es una buena noticia. El documento, la Resolución A/HRC/58/L.24, https://digitallibrary.un.org/record/4079431/files/A_HRC_58_L.24-ES.pdf, recoge con solemnidad todas las referencias necesarias: la Declaración Universal, los pactos internacionales, las convenciones contra la discriminación, los planes de acción desde Madrid 2002 hasta Nueva York 2024. Todo está ahí. Acompañado de verbos tan rotundos como "reafirmar", "reconocer", "exhortar" y "decidir".
Pero, ¿qué se decide? Se decide formar un grupo. No uno cualquiera, por supuesto. Se trata de un grupo de trabajo intergubernamental de composición abierta, con la misión de redactar un borrador de convención internacional para proteger a las personas de edad. Loable, necesario, incluso inspirador. Pero, permítanme una nota de ironía: llevamos más de treinta años hablando del envejecimiento de la población, y el gran paso de 2025 es… montar una comisión. Con dos reuniones al año. Y un informe para 2026.
No sé por qué, pero he dejado de aplaudir.
Ahora bien, que no se diga que no veo el vaso medio lleno. Que las Naciones Unidas pongan el foco sobre las personas mayores es una excelente señal. Que se reconozca expresamente que los tratados actuales no bastan, que se aluda al trabajo previo del Grupo de Composición Abierta sobre Envejecimiento, y que se busque un tratado específico, con fuerza jurídica, no es algo menor.
Además, se prevé que la nueva convención, cuando exista, si es que llegamos a verla antes de necesitarla personalmente, tenga en cuenta la voz de las propias personas mayores. Se invita a las organizaciones que las representan, a la sociedad civil, a expertos y, lo más prometedor, se sugiere que el informe final se publique en un formato accesible y de lectura fácil. ¡Quién sabe! Tal vez incluso en letra grande y sin tecnicismos. Un milagro.
Hay reconocimiento del trabajo regional: América Latina, África, Europa… parece que no todo el planeta ha estado esperando con los brazos cruzados. De hecho, el texto menciona los instrumentos normativos ya existentes en varios continentes, como quien lanza una indirecta: “mirad lo que se puede hacer cuando hay voluntad”.
Volvamos a la realidad. Las pirámides de población han dejado de ser pirámides hace tiempo; son columnas, y en algunos países, directamente setas. La proporción de personas mayores crece sin tregua. Y no hablamos de un futuro abstracto: hablamos del presente, de millones de personas que envejecen en soledad, con pensiones justas o injustas, con servicios sociales a medio gas, y con residencias donde, al ajustar la arquitectura, personal y servicios a los presupuestos disponibles, se ofrece un servicio adecuado, que podría ser excelente con mayor financiación.
Y mientras todo esto ocurre, nosotros, la ONU, ¡el mundo!, aún estamos decidiendo que hay que empezar a pensar en quizá legislar algo dentro de un par de años.
La ironía es inevitable. Hemos creado marcos normativos para proteger los derechos de la infancia, de las mujeres, de las personas con discapacidad, de los migrantes… pero con los mayores, vamos a otro ritmo. Como si envejecer fuera un privilegio nuevo y exótico. Como si no fuera, en el fondo, el destino más democrático que existe: ese al que, si no pasa nada raro, todos llegamos.
Con suerte, el grupo de trabajo intergubernamental será eficaz. Con suerte, se redactará una convención que no se quedará comiendo polvo en los cajones de la ONU. Con mucha suerte, los países la ratificarán. Y con algo de presión social, la implementarán. Pero hace falta más que suerte: hace falta voluntad política y visión a largo plazo. Hace falta entender que los derechos de las personas mayores no son un tema marginal o humanitario, sino una cuestión estructural del siglo XXI.
Mientras pasa el tiempo hasta 2026, seguiremos observando el progreso del grupo. Sus reuniones, sus borradores, sus webcast desde Ginebra. Y tal vez, en un futuro no tan lejano, podamos decir que el derecho internacional en 2025 se tomó en serio la vejez. O al menos, que dejó de tratarla como un apéndice postergado.
Hasta entonces sigamos mirando el vaso o la botella. Medio lleno o vacío sin olvidar que nosotros somos el vino.
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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