El rincón del director

"No quiero vivir más de la cuenta. Pero no voy a firmarlo"

Persona mayor en una residencia frente a un testamento vital. (Foto: Gemini).
Josep de Martí | Miércoles 18 de junio de 2025

En la residencia Las Marismas, de la que, por cierto, eres directora, todos conocen bien a Rosario. Llegó hace cuatro años, poco después de quedarse viuda, y desde el primer día dejó claro que no venía “a que me arreglaran nada, sino a ir apagándome tranquila”. Tenía entonces 85 años, una cabeza envidiable y un cuerpo que empezaba a fallarle. Caminaba con andador, tenía hipertensión y algo de artrosis, pero aún participaba en las tertulias, el taller de memoria y las partidas de dominó.

Lo decía sin dramatismo, incluso con humor negro:

—Yo no quiero vivir más de la cuenta. Si un día me caigo medio muerta, que nadie se moleste en traerme de vuelta.

Estas frases no eran anecdóticas. Las repetía con frecuencia, delante de auxiliares, enfermeras, del médico de la residencia, e incluso en las reuniones de grupo. Más de una vez se habló con ella para que dejase constancia escrita de su voluntad, de firmar unas instrucciones previas.

—Sí, sí, ya lo haré —decía—. Preparadlo que lo firmo. Total, ya sabéis lo que quiero.

Y lo sabían. Tú misma, como directora, habías oído esas palabras varias veces, le habías preparado un documento, pero cuando le decías que tenía que repasarlo, adaptarlo a lo que quisiese y firmarlo, siempre decía que ya lo haría. A Rosario, eso de firmar cosas no le gustaba mucho, decía que “una firma es una cadena” y que se lo tendría que estudiar mucho, así que, no había nada por escrito. Nada firmado. Nada registrado oficialmente.

Una tarde, Rosario no fue a merendar. Después de comer dijo que iba a mirar la tele desde su habitación. Una auxiliar subió a buscarla y la encontró inmóvil en la cama con la cara desencajada. Respiraba, pero no respondía. El equipo actuó con eficacia: se llamó al 112, se activó el protocolo, y en menos de veinte minutos, Rosario estaba camino del hospital en una ambulancia.

Nadie se planteó otra opción. Nadie preguntó si aquello que Rosario había dicho tantas veces debía tenerse en cuenta. No hubo duda, ni debate. El protocolo decía “derivación urgente”, y se aplicó sin matices. Fue automático.

En el hospital se confirmó que había sufrido un ictus isquémico grave. Tras estabilizarla, entró en una fase de mínima consciencia, sin capacidad de comunicarse ni tragar. El equipo médico planteó colocarle una sonda de alimentación y continuar con otros cuidados activos.

Y entonces llegaron los hijos.

Javier, el mayor, pidió que no se le hiciese nada más. Recordó con claridad las veces que su madre había dicho que no quería vivir conectada, ni que se le alargase la vida de forma artificial. “Su voluntad era clara”; dijo. “Solo que nunca quiso firmarla”.

Pero Ana, la hija menor, tenía otra opinión. Ella sostenía que esas palabras eran solo formas de hablar, que en el fondo Rosario quería vivir. La clave estaba en que lo decía pero no lo firmaba. “¿Quién no ha dicho alguna vez que no quiere seguir si le pasa algo? Pero otra cosa es cuando llega el momento. Hay que luchar por ella”.

Tú, hoy, como directora de Las Marismas, recibes una llamada del hospital:

—¿Tenéis alguna constancia de que la señora Rosario no quería que se le aplicasen medidas de soporte vital?

Pides un rato para comprobar, sabes que la cosa es seria. ¿Qué es “constancia”? ¿Quiere decir algo escrito? Si es así, la respuesta es “no”. Lo que tenéis son recuerdos de frases repetidas, testigos múltiples… pero sabes que nada de eso sirve legalmente para tomar una decisión médica de ese calibre. ¿O sí?

¿Qué harías tú?

Para reflexionar…

  • ¿Fue correcto derivar automáticamente al hospital aplicando el protocolo, sin detenerse a valorar las declaraciones verbales reiteradas de la residente?
  • ¿Puede y debe una residencia actuar en base a lo que “todo el mundo sabía” si no hay ningún documento firmado?
  • ¿Qué papel juega la familia cuando hay división de opiniones y falta de instrucciones claras?
  • ¿Cómo podríamos mejorar los procedimientos para recoger y registrar la voluntad de las personas cuando aún pueden expresarla?
  • ¿Quién debe liderar ese proceso en una residencia: el médico, la trabajadora social, la psicóloga, dieección?
  • ¿De verdad es un problema en que debe implicarse la residencia o mejor dejarlo en manos del hospital?
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