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¿Vamos a una nueva gerontofobia?

lunes 17 de noviembre de 2025, 11:30h
Guillermo Bell, consejero no ejecutivo de Grupo 5.
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Guillermo Bell, consejero no ejecutivo de Grupo 5. (Foto: Grupo 5)

El otro día Josep de Martí publicó una tribuna en la que se preguntaba: “¿queremos una sociedad que agradece a sus mayores haber llegado hasta aquí o una que les señala como problema cuando ya no votan, no producen o no consumen como antes?”.

Josep critica que en los últimos tiempos el discurso social sobre los mayores está cambiando entre las generaciones más jóvenes, desde una posición más bien positiva a una de rechazo, culpándoles de muchos problemas con los que que se enfrentan día a día. Este es un tema con implicaciones políticas, sanitarias, éticas, económicas, incluso para algunos hasta teológicas. Como decía en un breve comentario en LinkedIn a su artículo, daría para una jornada de debate a la que me apuntaría sin dudar.

Este debate parte de una falacia lógica, la del falso dilema, que acaba por complicarlo ya desde el inicio. Cuando nos preguntamos si mantener a los mayores es una "carga económica" para las generaciones futuras o una "obligación moral"; o si el envejecimiento de la población es un "logro" o un "problema", parece que tenemos que decantarnos solo por una de las partes de la disyunción.

Y no es así; podemos defender a la vez las dos premisas, que no son incompatibles, al contrario. O incluso a veces podemos defender la parte políticamente incorrecta de los dilemas: el envejecimiento de la población no es un logro si el tipo de vida que conlleva no es una vida que merezca ser vivida y que exija a la vez que la sociedad se dote de herramientas nuevas como testamentos vitales, voluntades anticipadas o incluso la eutanasia. Y sobre el impacto económico no creo que nadie tenga dudas: no es sostenible una economía en la que la población que no produce crece mucho más que la población que trabaja y tiene que pagar sus pensiones; unas pensiones que tienen revalorizaciones blindadas, ojo, no por motivo de buenismo social, sino exclusivamente electoral.

La cuestión electoral es evidente que influye en la percepción social y en el poder y los privilegios de los mayores. En EEUU la American Asociation of Retired Persons está considerado como el tercer lobby más influyente del país; y no por ser personas mayores o jubiladas, sino por ser muchas y tener todas derecho al voto. Este problema teóricamente se podría mitigar dando más peso a la opinión electoral de los jóvenes y quitándoselo a la de los mayores que van cumpliendo cierta edad y que tienen otras ventajas.

Por ejemplo, implantando un sistema electoral epistocrático en el que se pueda votar desde mucho antes de los 18 años (p.ej. desde los ¿12?, cuando ya empiezas a ser consciente de que empiezas a pagar impuestos), pero con un voto ponderado que pese diferente en función de la edad: peso bajo al principio y al final de la vida y proporcionalmente peso más alto en las edades intermedias en las que la persona puede aportar más esfuerzo económico por el bien común (siguiendo algo parecido a una Campana de Gauss). Pero claro, los mayores probablemente no votarían a favor de este cambio que se consideraría una muestra de edadismo o gerontofobia…

En cualquier caso, es evidente que los mayores en España tienen unos privilegios económicos de los que no goza gran parte del resto de la población. En realidad el problema de la supuesta gerontofobia no es un problema de lucha entre jóvenes y mayores; sino entre pobres y ricos. Algo muy parecido a lo que pasa con el racismo o la inmigración. A nadie le molesta que venga el Emir de Qatar con su séquito de 100 personas todos los años a España. De la misma manera que les ponemos alfombra roja a casi todo lo que hacen o dicen Amancio Ortega o Juan Roig, que ya no cumplen los 75.

Otra cuestión muy interesante es si el edadismo nace o se hace. ¿sólo tiene componentes económicos o tiene alguna imbricación más profunda en la naturaleza humana? Pues probablemente ambas cosas, igual que ocurre también (otra vez) con el racismo o el rechazo a cierta inmigración. Y si no somos conscientes de eso las soluciones que propongamos como sociedad para mitigar esos problemas no serán eficaces.

Por no hablar de una paradoja que se suele dar muchas veces cuando criticamos (con razón) el edadismo: agradecer a los mayores su contribución pasada, darles palmaditas en la espalda y pagarles viajes a veces cutres con los impuestos de todos, puede denotar una condescendencia que a muchos de ellos les puede repugnar por rezumar precisamente edadismo.

Josep cita en su artículo el libro clásico El Complot de Matusalén. A mi, sobre este tema me gusta también por las implicaciones y reflexiones que genera La fuga de Logan (libro de los años 60 y serie que pudimos ver en España en los años 80). La historia de una sociedad que justificaba la ejecución de las personas al cumplir los 30 años como un acto de bien común: mantener el equilibrio de recursos y evitar el sufrimiento que conlleva el envejecimiento.

Una distopía que genera muchas de las preguntas que hay detrás de todos estos debates: cuidar a los mayores ¿es una obligación moral? ¿a cualquier precio y en cualquier circunstancia? ¿Podría ser moral sacrificar (no solo económicamente sino incluso biológicamente) a los mayores si así salvamos a los jóvenes?

Kant pondría el grito en el cielo pero filósofos utilitaristas como Bentham o Stuart Mill probablemente dirían que sí con argumentos igual de sólidos. O preguntas como: ¿por qué la gerontofobia o el edadismo parece que se dan más en unas sociedades que en otras? ¿Puede tener que ver con el modo con el que afrontamos la discusión sobre la muerte? ¿Hay diferencias entre sociedades con fuerte componente católico que esconden o generan miedo sobre la muerte y sociedades con otra religión de base cultural que la enfrentan de otra manera? Por cierto, sobre el tema de la negación cultural de la muerte en nuestra sociedad y su implicación en la visión de los mayores recomiendo a quien no la haya visto todavía la serie A dos metros bajo tierra.

Al final, coincido con Josep con que el debate que propone no es técnico sino que es básicamente político y sobre todo ético. Y por lo tanto se queda sin respuestas que nos convenzan a todos. Porque en ética las fronteras están muy claras cuando los problemas se miran desde lejos pero son muy difusas cuando se miran desde muy cerca.

Pasa igual con el aborto que con la eutanasia o ciertas discusiones sobre la dependencia en la vejez. Pero los hechos son los hechos: la pirámide poblacional va a seguir invirtiéndose, las desigualdades económicas entre jóvenes y mayores se van a ir agrandando cada vez más, viviremos cada vez más años pero con una vida que muchas veces dudaremos de si es realmente humana, y sobre todo: las políticas públicas seguirán favoreciendo a los que tengan más votos en las elecciones (ahora los mayores).

Por lo tanto es muy probable que la gerontofobia siga aumentando. Y será racional que aumente (está en la naturaleza humana), aunque a la mayoría de nosotros nos genere rechazo desde un punto de vista moral.

Yo mientras tanto aclaro que quiero vivir muchos años y con todos los privilegios que pueda, por supuesto. Que lo cortés no quita lo valiente.

Autor del texto: Guillermo Bell Cibils. Consejero no ejecutivo. Senior Advisor. Licenciado en Filosofía y en Derecho. Con 25 años de experiencia en el sector de salud mental y atención a personas mayores.

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