Durante el reciente viaje geroasistencial de Inforesidencias a Inglaterra incluimos una residencia muy peculiar que lleva más de 300 años funcionando. Está en el corazón de Londres, entre el Támesis y la elegante zona de Chelsea, el Royal Hospital Chelsea, hogar de los famosos Chelsea Pensioners, veteranos del ejército británico.
Su historia comienza en el siglo XVII, inspirada en una visita a Les Invalides de París, el gran hospital de veteranos fundado por Luis XIV. Carlos II decidió crear algo similar en Inglaterra, y tras una década de preparación, en 1682 el proyecto se hizo realidad.
La misión original era sencilla y brutalmente humana: acoger a los soldados “rotos” por la guerra, en una época en la que sobrevivir más allá de los setenta era casi un milagro.

Del caos a la tradición
No todo fue nobleza y disciplina. Durante sus primeros años, la reputación del hospital cayó en desgracia: los pensionistas actuaban como una fuerza de seguridad irregular en el King’s Road, cobrando por “proteger” a los vecinos, mientras algunos espacios del recinto derivaban en actividades poco edificantes.
Pero la institución sobrevivió, se reformó y se consolidó como símbolo de respeto nacional. Hoy sus miembros, con el característico uniforme rojo, son figuras centrales en los actos del Remembrance Day cada noviembre. También celebran el Power’s Day el primer jueves de junio, fecha cercana al cumpleaños de Carlos II, recordando el roble en el que el monarca se escondió durante la Guerra Civil.
Un patrimonio vivo
La arquitectura del Royal Hospital Chelsea es una lección de continuidad. La capilla, con sus bancos dispuestos de espaldas a las ventanas para aprovechar la luz natural, y el gran comedor, prácticamente intacto desde la era victoriana, reflejan una fidelidad al espíritu original.
Durante siglos, los residentes vivieron en diminutas “cabins” sin ventanas, más pequeñas que el espacio reservado a un caballo en un establo, con la ropa colgada fuera y una taquilla común. Hoy las habitaciones son amplias, luminosas y con baño adaptado tipo wet room. Eso sí, se conserva un detalle simbólico: cada pensionista cuelga su abrigo o uniforme fuera de la puerta, un guiño a la tradición.
El cambio arquitectónico refleja una evolución aún mayor: el paso de un modelo casi monástico a otro centrado en la intimidad y la dignidad personal.
Reglas claras y comunidad cerrada
Ingresar en el Royal Hospital Chelsea no es fácil. Solo pueden hacerlo quienes hayan servido en el Ejército de Tierra británico, cuenten con pensión estatal y no tengan dependientes a su cargo. El ingreso es voluntario, precedido por entrevistas recíprocas, y se exige un cierto nivel de autonomía: los dos primeros años deben poder vivir de forma independiente.
El rango de edad es amplio, desde los 67 hasta más de 100 años, con una edad media de ingreso de 74 y una media de fallecimiento de 88. La estancia típica ronda los 14 años, muy superior a la de las residencias convencionales, donde el ingreso suele producirse en fases más avanzadas. La mortalidad anual, de un 8 %, es menos de la mitad de la que se observa en otros centros del Reino Unido.

Camaradería como terapia
La vida cotidiana se sostiene sobre dos principios: comunidad y camaradería. Volver a compartir la rutina, el humor y la disciplina de los tiempos de servicio se considera terapéutico.
Un ejemplo lo ilustra: un veterano que, antes de ingresar, leía las noticias en voz alta en plena calle “para oír su propia voz”, ingresó en Chelsea y volvió a sentirse parte de un grupo.
Las actividades son variadas: canto, caminatas, cerámica, boxeo, deporte o arte. La institución mantiene una línea clara respecto a la convivencia: cada residente tiene su habitación individual, pero las relaciones íntimas de pareja no se desarrollan dentro del recinto; quienes mantienen vínculos sentimentales lo hacen fuera.
Continuidad asistencial y atención sanitaria
Cuando un pensionista pierde autonomía, los cuidados se prestan dentro del propio recinto, sin necesidad de traslado. Hay médico de familia (GP) residente, fisioterapia y terapia ocupacional, con acceso más rápido que el del sistema público (NHS).
Los casos agudos se derivan a hospitales externos, y existe una “infirmary” estructurada en tres niveles:
- Care Home, con apoyo personal 24 horas.
- Nursing Home, con enfermería especializada.
- Unidad de demencia, segura y autocontenida, supervisada por el consejo local para garantizar legalidad y protección.
Este diseño permite acompañar al residente hasta el final de la vida sin romper su vínculo con la comunidad.
Gobierno interno y vida institucional
El hospital combina ceremonial y gestión moderna. Hay equipos dedicados a las funciones públicas y otros al bienestar cotidiano. La Matron (equivalente a una directora sanitaria) lidera los servicios asistenciales registrados, y existe un sistema de aseguramiento de calidad con roles específicos de gobernanza.
La estructura es militar en lo simbólico, pero civil en la gestión. La disciplina convive con la flexibilidad y la profesionalización.
Financiación y sostenibilidad
Mantener una institución patrimonial de este calibre cuesta. El presupuesto anual ronda los 30 millones de libras, de los cuales la mitad procede de fondos públicos y la otra mitad de donaciones, legados y patrocinadores corporativos. El coste semanal por residente se estima en unas 1.600 libras, cifra similar a la de una residencia privada de calidad.
La diferencia está en lo que incluye: alojamiento, cuidados, comida, actividades, mantenimiento patrimonial y una identidad compartida.
Los incrementos del precio del gas y los efectos económicos de la guerra de Ucrania han tensionado las cuentas. Con una financiación pública estable y costes en aumento, la institución se ve obligada a intensificar su búsqueda de apoyo privado.
Retos laborales y cambio generacional
Como en todo el sector, reclutar y retener personal es difícil. El trabajo asistencial es exigente y los salarios, limitados. Parte del personal muestra una actitud más técnica que vocacional, algo que los responsables reconocen y tratan de corregir.
A ello se suma un cambio de perfil entre los residentes: la Silent Generation, marcada por la guerra, ha cedido paso a los Baby Boomers, más individualistas y menos proclives a la disciplina colectiva. Mantener la esencia del hospital con un público menos gregario será, sin duda, uno de sus grandes desafíos.
El final de la vida como parte del cuidado
En Chelsea se habla abiertamente de la muerte. La mayoría prefiere fallecer en su habitación, dentro del recinto, y no en un hospital. Los funerales se celebran en la capilla y los compañeros forman un guard of honour para despedir al fallecido.
Es un gesto que resume el espíritu del lugar: morir como se ha vivido, acompañado, con respeto y sin dramatismos.

Lo que enseñan tres siglos de experiencia
El Royal Hospital Chelsea ha pasado de acoger soldados heridos en tiempos de Carlos II a ser un referente de atención integral a mayores.
Combina patrimonio histórico, continuidad asistencial, comunidad real y orgullo de pertenencia. Pocas instituciones pueden presumir de mantener ese equilibrio durante más de trescientos años.
Visto desde España, invita a pensar qué entendemos por “residencia”. Allí, un soldado de noventa años sigue saludando cada mañana al compañero que conoció hace cuarenta. Aquí, quizá deberíamos preguntarnos si nuestras políticas de envejecimiento y dependencia buscan lo mismo: cuidar la salud o cuidar también la vida.