dependencia.info

Envejecer con propósito: cuando el cuidado apaga las ganas

lunes 08 de septiembre de 2025, 10:27h
Carol Mitjana CEO y Co-Founder de Gran3dad.
Ampliar
Carol Mitjana CEO y Co-Founder de Gran3dad. (Foto: Carol Mitjana)
"No te levantes, ya te lo traigo"
"Déjalo, ya lo hago yo"
"Haz esto, que te irá bien"
Estas frases, dichas con amor, a veces con prisa, otras con miedo, se han vuelto parte de nuestro día a día en los hogares y en los centros. Pero en el fondo, traen consigo un mensaje silencioso: "Ya no hace falta que lo hagas tú". Y así, sin querer, empezamos a borrar movimientos, decisiones, hábitos... y también ganas.
Ayer anunciaban tormentas en Lleida. Por fin bajarían un poco las temperaturas. Eran casi las seis de la tarde cuando llegábamos a la residencia con Roc y Simona. Mi padre, a sus 85 años, nos esperaba fuera. Con su energía de siempre, les dice: "Anda, subid al coche, que nos vamos al tros a buscar higos y uvas". Los ojos de mis hijos brillaron.
Saltaron de coche en coche encantados de pasar la tarde con su abuelo. Yo, mientras tanto, casi sin verlo, atendía a dos hijas de una señora que vive en la residencia, que venían a compartir conmigo cómo veían a su madre estas últimas semanas.
Con los años hemos ido cayendo en una forma de envejecer que apaga. Que invita a ceder, a esperar, a quedarse quieto. No porque ya no se pueda, sino porque ya no se espera que se quiera. Es una forma de cuidado que sustituye, que sobreasiste, que reduce el papel activo de la persona y debilita algo esencial: el propósito.
Se me activó una alarma en la cabeza. Habían anunciado tormentas. Mi padre, con los niños, a 20 kilómetros. ¿Y si empieza a llover fuerte? ¿Y si los distraen mientras conduce? ¿Y si se pierden por el tros? ¿Y si se quedan atrapados en el barro? No solo lo pienso: lo vivo por dentro. Los llamo. Me dicen que están bien, contentos, "por el camino", que no llueve. Yo insisto: "En Lleida ya cae alguna gota, mejor que volváis." Pero ellos me tranquilizan. "Estamos bien. Si llueve, ya volveremos."
Envejecer con propósito no tiene que ver con grandes planes, ni con estar ocupado todo el día. Tiene que ver con saber para qué me levanto por la mañana. Qué me mueve, qué me identifica, qué hago que sigue siendo mío. El propósito no es una actividad, es sentido. Y se cultiva en los gestos cotidianos: elegir la ropa, preparar una infusión, planear una llamada, escribir un recuerdo, cuidar una planta.
Mi padre siempre ha sido un alma libre. Fuerte, decidido. Cuando era pequeña, no era el padre que me hacía los deberes. Estaba ocupado viviendo, soñando, peleando por sus proyectos. Siempre con buen ánimo. Y cada tarde, al atardecer, paseábamos juntos por el pueblo. Ese era nuestro momento.
Cuando dejamos de hacer —porque ya lo hacen por nosotros— dejamos también de practicar lo que nos da identidad. Y sin práctica, perdemos destreza; sin destreza, dejamos de iniciar. Así empieza un círculo que no tiene que ver con la edad, sino con la pérdida de protagonismo.
Ayer, ya en casa, me senté con Javier. Le conté mis temores. Me miró y me dijo: "Carol, ¿se puede saber qué miedos llevas dentro? ¿No conoces a tu padre? ¿No sabes que todo irá bien? ¿No te das cuenta de que estos momentos son irrepetibles para nuestros hijos?". Y "cling", algo despertó en mi mente. Tenía razón.
En los centros —y también en casa— somos especialistas en cuidar. Sabemos asistir. Pero muchas veces, esa asistencia se vuelve exceso. Por miedo, por rapidez, por costumbre, hacemos por el otro. Lo resolvemos. Y eso, aunque parezca inofensivo, va robando oportunidades de decisión y de acción.
Antes de llegar a casa, estuve a punto de ir al tros. Para controlar, por si acaso. Pero si hubiera ido, ya nada habría sido igual. Como aquel verano... Yo debía tener unos doce años. Descubrí dos bicis de carretera en el garaje. Insistí a mi padre hasta que me dijo que sí. Así, tal cual, sin casco, sin mochila, salimos a rodar. Fuimos hasta la fuente de la Figuereta. Yo alucinaba. Hoy paso por esa carretera y pienso: "¿Cómo se atrevió?" Iba siempre a mi lado, protegiéndome de los coches. En ese momento no lo vi. Solo viví algo maravilloso con mi padre.
Asistir no es sustituir. Acompañar no es hacer por. El buen cuidado es el que permite seguir siendo. Porque cuidar no es solo proteger: también es mantener encendida la chispa que nos hace sentir vivos.
Así que los llamé. Les dije que al volver nos viéramos todos en la Gramatica, que cenaríamos allí y cogeríamos el fresco de la noche. Vinieron pletóricos. Llenos de barro, de higos, de historias. Hablaban los tres a la vez. Mi padre no cabía en sí de orgullo. Y yo, tampoco.
Y aquí entra otra reflexión importante: la innovación. Muchas veces, desde los centros, apostamos por recursos nuevos, programas, herramientas... y los anunciamos como transformaciones. Pero, ¿qué ocurre cuando esa innovación depende solo de un técnico? ¿Cuando no se comparte, no se comunica, no se integra en la cultura del equipo? Eso no es innovación. Es una acción puntual, valiosa, sí, pero aislada. No transforma.
El cambio real es el que toca todas las capas. El que nace de una pregunta compartida: ¿Dónde queremos ir como equipo? ¿Qué sentido tiene lo que hacemos? ¿Para quién lo hacemos?
Para que el cambio sea real, necesitamos algo más que buenas ideas. Necesitamos dirección, objetivos claros, pasos definidos y resultados observables. Pero sobre todo, necesitamos que el cambio se comparta. Que todo el equipo sepa qué estamos haciendo, para qué lo hacemos, y que lo sienta propio. El cambio es de 360 grados: no es una mejora técnica, es un despertar colectivo. Es un compromiso entre personas que entienden que el cuidado solo tiene sentido si se vive con sentido.
Ningún recurso sustituye la fuerza de un equipo humano conectado, consciente, alineado. Los profesionales que trabajan con propósito generan entornos donde las personas también pueden tenerlo. Donde se devuelve voz, decisión y práctica. Donde se respeta el ritmo, se espera, se adapta. Donde se trabaja no desde la prisa, sino desde el respeto por el proceso del otro. El equipo humano es la clave. Porque el cambio no es lo que traemos de fuera. Es cómo miramos lo que ya hacemos.
Envejecer con propósito es defender el "déjame a mí" mientras aún sea posible. Y cuando no lo sea del todo, permitir al menos un "déjame esta parte". Es un gesto pequeño, pero profundamente transformador.
No necesitamos más actividades. Necesitamos más decisiones propias.
No necesitamos más cuidado. Necesitamos más acompañamiento con sentido.
No necesitamos más innovación técnica. Necesitamos más equipos humanos con propósito.
Como centro, pregúntate:
– ¿Estoy dejando espacio para que la persona actúe?
– ¿Compartimos con claridad nuestro propósito como equipo?
– ¿Esta acción que llamamos innovación... transforma o decora?
Si formas parte de un equipo humano, observa:
– ¿Estoy ayudando o estoy sustituyendo?
– ¿Qué parte puede hacer la persona por sí misma, aunque tarde más?
– ¿Estoy respetando sus decisiones, sus tiempos, su deseo?
Porque el propósito no se impone. Se descubre, se acompaña, se comparte. Y es ahí, en ese espacio entre el deseo y la posibilidad, donde verdaderamente seguimos siendo.
Carol Mitjana es CEO y Co-Founder de Gran3dad.
Valora esta noticia
1
(1 votos)
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios