La estancia media en una residencia es de entre 2 y 3 años, aunque este dato puede fluctuar bastante. Efectivamente, no es muy preciso porque para personas que ingresan con un alto grado de dependencia o en fases avanzadas de deterioro cognitivo, la media puede reducirse a menos de un año. En cambio, las personas con mayor autonomía o que ingresan por motivos sociales (soledad, falta de apoyos, etc.) pueden vivir en un centro residencial durante muchos más años.
El Informe 2023 del IMSERSO, en sus estadísticas de atención a la dependencia, reflejaba que casi un tercio de las personas mayores en residencias fallece durante el primer año tras su ingreso. En cualquier caso, sabemos perfectamente, y todo estaremos de acuerdo, que en el sector de las residencias de personas mayores se convive cada día con la fragilidad de la vida.
Es por tanto destacable que los profesionales de estos centros acompañan, cuidan y dan sentido a los últimos años (a veces, los últimos días) de muchas personas. Y en esa cercanía con el final, todos nos hemos enfrentado, también, a la pregunta inevitable: ¿qué hay después?
Este 2025, en la jornada técnica especial con motivo del 25 aniversario de Inforesidencias, tendremos la oportunidad de escuchar al doctor Manuel Sans Segarra, una figura respetada de la medicina científica que, tras una carrera como jefe del servicio de Cirugía Digestiva en el Hospital de Bellvitge, se ha adentrado ahora en un territorio poco explorado por la ciencia convencional: la conciencia después de la muerte.
Estoy seguro de que su ponencia no dejará indiferente a nadie. El doctor Sans Segarra no habla desde la fe ni desde el esoterismo, sino desde el testimonio, la experiencia clínica y el análisis de casos de experiencias cercanas a la muerte. Habla de una "supraconciencia" que podría continuar cuando el cerebro ya ha cesado su actividad. De una conciencia no local que, tal vez, nos acompaña más allá del cuerpo físico.
No se lo han contado, ha visto y comprobado con monitores cómo alguien que técnicamente había fallecido volvía mostrar signos vitales.
En un entorno como el nuestro, donde tantas veces las residencias se perciben como "el último lugar", este tipo de planteamientos puede ser incómodo… o profundamente útil. Como siempre, según se mire. Y es así porque, de alguna manera, nos invita a cambiar el enfoque. A no ver la muerte como el final, sino como un tránsito. A acompañar a las personas no solo con cuidados médicos o atención emocional, sino también con la apertura de quien comprende que el misterio de la vida no termina cuando lo dicta un monitor cardiaco.
Cada uno, lógicamente, puede pensar lo que quiera y tomarse estos temas con la seriedad o con la ligereza o frivolidad que considere, pero, ¿y si quienes cuidan también necesitan abrirse a esta posibilidad? ¿Y si hablar de la muerte no fuera morboso, sino sanador? ¿Y si una visión más amplia (más humana, incluso más espiritual) nos ayudara a ofrecer un mejor final de vida?
La ponencia del doctor Sans Segarra puede que no nos dé respuestas definitivas, pero sí algo igual de valioso: preguntas nuevas. Y eso, en un sector como el de la atención a personas mayores y/o dependientes, frágiles, vulnerables, donde tanto se protocoliza y se mide, es un soplo de aire fresco. Porque, al final, cuidar bien a una persona mayor es mucho más que atender sus necesidades básicas. Es reconocer su dignidad, respetar su historia, sus preferencias y su forma de entender la vida.
Por tanto, cuidar bien también implica atreverse a mirar de frente aquello que más nos cuesta: la muerte... y también lo que podría venir después.