Cuando preparo una conferencia sobre los retos de las sociedades envejecidas o el sector geroasistencial dedico un buen rato a encontrar algo que decir al principio que capte la atención del auditorio. Sé que si lo consigo las cosas suelen ir después más fluidas. Últimamente utilizo un pequeño juego de palabras y empiezo hablando de “tres treses” que nos permiten entender dónde estamos y hacia dónde nos podemos estar dirigiendo.
Un “tres” para observar, otro para promover y otro para evitar.
Observar: hasta más o menos 2070 cada vez va a haber (1) más personas mayores, (2) más diversas y (3) con más capacidad económica para decidir. Con este “tres” quiero destacar que las personas mayores de ayer son diferentes a las de hoy y éstas diferentes a mí (el mayor de mañana) y que, además, aunque exista un problema de pobreza que afecta a algunas personas mayores, la gran mayoría tienen suficiencia económica y un patrimonio inmobiliario libre de cargas.
Promover: deberíamos promover que las personas mayores, como dice el bolero, tengan algo de (1) salud, (2) dinero y (3) amor. En este “tres” destaco que cuando hablo de “amor” no me refiero solo a la pareja o la familia sino a un concepto más amplio que incluiría las relaciones significativas, las amistades, incluso un amor más amplio que hace que algunas personas dediquen parte de su tiempo a los demás. Este “tres” es el positivo, debemos potenciar la independencia física y económica de las personas mayores y la posibilidad de que mantengan esas relaciones.
Evitar: en la otra cara de la moneda está lo que debemos impedir: que las personas mayores caigan en las garras de las tres plagas: (1) soledad, (2) aburrimiento y (3) sentimiento de inutilidad (ideadas por el geriatra estadounidense Bill Thomas), que pueden llegar a matarlas en vida. Si bien el “tres” que habla de “promover” tiene mucho sentido en quien mantiene la capacidad cognitiva y física, el de “evitar” lo tiene cuando pensamos en personas dependientes que viven en residencias y a quienes cuesta más poder gobernar su propia vida de forma autónoma.
Sobre los “tres treses” se puede construir un discurso que apele directamente a cada persona, a un colectivo o a toda la sociedad.
Si hablo de residencias, me gusta decir que, basándonos en los “tres treses” deberíamos estar convencidos de que éstas son una buena solución para una parte de las personas mayores, aproximadamente un 5%, de forma que el resto podrá vivir en sus casas hasta su fallecimiento. Como las personas mayores son cada vez más y más diversas es posible que haya algunas que, aunque objetivamente vivirían mejor en una residencia, prefieran “otra cosa” y puedan tener dinero para pagársela.
Por eso debemos estar preparados para encontrarnos con esas “otras cosas” que van a ir surgiendo, ya sea en forma de servicios en el domicilio, creación de nuevos domicilios o de soluciones tecnológicas. Aquí las administraciones pueden tomar un papel desconfiado/obstruccionista impidiendo que surja la innovación o, por el contrario, pueden facilitarla.
Lo que está clarísimo es que, por muchas “otras cosas” que surjan, vamos a necesitar más residencias de las que tenemos ahora, y eso es así porque, si pasamos de un 20% a un 30% de personas de más de 65 años en pocos años, aunque baje el porcentaje de personas dependientes y se incrementen las soluciones alternativas, ese 5% que necesita residencia va a representar a muchas más personas de lo que hace ahora.
Si cambiamos el foco y nos fijamos en el “tres” de promover, podemos pensar que si conseguimos que las personas adopten durante toda su vida hábitos saludables (“salud”); prevean la jubilación ahorrando cada uno y con gobiernos que garanticen la suficiencia y sostenibilidad del sistema de pensiones (“dinero”); y tendemos hacia una sociedad más solidaria y tolerante que consolide valores de respeto y familia (“amor”); entonces quizás acabemos necesitando menos residencias y servicios en general, ya que alguien sano, económicamente independiente y que se sienta querido, poco más va a necesitar. El problema es que este “tres” es más aspiracional que realista. Durante muchos años hemos ido mejorando la expectativa de vida de las personas, aunque en parte lo hemos hecho añadiendo años que vienen cargados de cronicidad, dependencia y fragilidad.
Es cierto, como he dicho antes, que una gran proporción de personas mayores cuentan con ingresos y tienen un patrimonio, pero no lo es menos que el sistema de pensiones aguanta a base de parches con una tendencia demográfica que lo hace insostenible en el medio plazo y que mucho de ese patrimonio en manos de personas mayores se encuentra en una situación geográfica o de mantenimiento que lo hace difícilmente “convertible en dinero”.
¿Y el amor? La verdad es que los españoles cada vez nos casamos menos (la mitad que hace 50 años), a edades más tardías y cada vez hay más divorcios: cerca del 50 por ciento de las uniones acaban en ruptura. Si a esto unimos la tendencia en el uso de antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, sólo podemos concluir que quizás la gente no se siente tan querida como nos gustaría.
Nos queda el “tres” de evitar. Las famosas plagas de las que intentamos huir, pero que nos persiguen. Necesitamos servicios de atención en el domicilio y residenciales que luchen contra la soledad, el aburrimiento y el sentimiento de inutilidad. Pero eso resulta caro. Hemos ido avanzando hacia una filosofía de atención centrada en la persona que requiere de edificios situados en el centro de los municipios con espacios “humanizados”, unidades de convivencia, habitaciones individuales, acceso a un exterior natural, profesionales de referencia, apoyos más que cuidados… y mientras íbamos definiendo esas necesidades para ofrecer servicios óptimos, parecíamos olvidar que ya teníamos muchas (más de 5.000) residencias construidas bajo otro concepto.
Residencias con muchas habitaciones dobles, con una distribución de tipo hotelera (habitaciones arriba, salas abajo), cuando no viviendas rehabilitadas para el nuevo uso. Hemos ido creando nuevas normativas, “Acuerdos Belarra”, requisitos para conciertos sociales y otras exigencias, como si no existiesen ya todas esas residencias que difícilmente pueden adecuarse.
A las normativas “puramente ACP” tenemos que sumar las exigencias que han ido surgiendo en materia de seguridad, accesibilidad y la necesidad de incorporar tecnología en los proyectos. A la vez que esto sucedía se han ido incrementando los precios de los suelos que permiten construir una residencia, los de la construcción y los del equipamiento. Y paralelamente se ha puesto de manifiesto una escasez clara de ciertos perfiles profesionales en el mercado laboral.
Así que, de repente, nos damos cuenta de que, si construimos las residencias que vamos a necesitar en el futuro con los requisitos legales y de modelo que creemos necesarios, ni las administraciones ni la mayoría de las personas mayores dependientes van a poder pagarlas por lo que, esos refugios contra las tres plagas, que deberían ser las residencias, van a escasear.
Se construyan o no suficientes residencias nuevas con todos esos requisitos para cubrir las nuevas necesidades, vamos a seguir necesitando las residencias existentes ya que si cierran dejaremos a cientos de miles de personas mayores en la calle, con lo que a todas luces van a seguir existiendo centros de diferentes tipos y precios.
La conclusión es que con casi total seguridad en pocos años muchas personas que necesitan una residencia no van a poder tener acceso y tendrán que buscar otras soluciones, no porque lo quieran o lo prefieran, sino porque no tendrán más remedio. Las muertes en lista de espera se incrementarán hasta niveles que hoy nos harían estremecer.
Seguro que hay muchos más factores, pero ese es básicamente el laberinto al que creo que nos enfrentamos, a diferentes niveles: cada uno, como “colectivos” y como sociedad.
Uno por uno, podemos llegar a la conclusión que “yo, mi problema lo tengo resuelto”, pero, como sociedad la cosa es mucho más complicada.
Cuando hablo de “colectivos” me refiero, por ejemplo, a sindicatos creados para representar los intereses de los trabajadores; colegios profesionales, titulares de las residencias; familiares de residentes que ya viven en residencias y otros grupos que tienen en común que comparten unos intereses y se efuerzan para que éstos sean tenidos en cuenta por encima del de los demás.
Y entre todos ellos están los gobiernos (Estatal, autonómicos y locales), los parlamentos autonómicos y el del Estado.
Hay que tomar muchas decisiones, y hay que hacerlo con reflexión y cautela.
Normalmente pensamos que todo siempre va a ir mejorando, pero eso no tiene por qué ser así. Siguiendo con el número tres. Si nuestros gobernantes toman tres decisiones acertadas podemos acabar siendo algo parecido a Suecia, pero si se equivocan las tres veces podríamos acabar en Venezuela.
¿Qué va a ser?
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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