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¿Pueden los astronautas ayudarnos a luchar contra el envejecimiento?

Por Josep de Martí
jueves 19 de septiembre de 2019, 01:24h
Josep de Martí
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Josep de Martí (Foto: Inforesidencias.com)

Que envejecemos es algo tan obvio y evidente que no necesita mucha demostración. Cómo sucede exactamente y si existe la posibilidad de frenar o revertir el proceso es algo más profundo y apasionante.

La edad máxima que ha alcanzado un ser humano es de 122 años, récord que ostenta la francesa Jeanne Louise Calment, que falleció en 1997, cuando Internet era algo incipiente y la inteligencia artificial o los coches autoconducidos se circunscribían al mundo de la ciencia ficción. Parece que ninguno de los avances científicos de los últimos 23 años ha podido dar un “empujoncito” a ese techo de cristal. Incluso, algunos científicos han pretendido demostrar que la edad máxima a la que puede llegar un ser humano sería de 115 años, siendo el caso de Calment una anomalía.

Lo cierto es que la lucha contra el envejecimiento es sólo una manifestación de algo más ambicioso, aunque de lo que no suele hablarse en voz alta: el ansia de vencer a la muerte. Algo que ha acompañado a la humanidad desde sus albores y que vemos como tema recurrente en la mitología. Pienso en Títono, que, por mediación de su esposa obtuvo de Zeus, tras insistir mucho, el ansiado don de la inmortalidad. Como Zeus tenía un peculiar sentido del humor, escuchó la petición y la concedió literalmente: “inmortalidad” a secas, o sea, no “eterna juventud”. El bello Títono, para desesperación de su mujer Aurora, empezó a envejecer, se arrugó, se fue secando, menguó y acabó convertido en un insecto, concretamente un grillo que debe seguir viviendo en algún campo del Peloponeso, implorando con su insistente cri-cri que Zeus le conceda la muerte.

Hay muchos más ejemplos de lucha contra el envejecimiento y la muerte en diferentes culturas. Parece que vivimos como especie una extraña contradicción vital. Por un lado, casi todas las culturas consideran el paso por el mundo de los vivos como un tránsito hacia otro lugar mucho mejor; por otro, nos aferramos a este valle de lágrimas con todas nuestras fuerzas y sufrimos intentando mantener la fuerza y la belleza de la juventud que se escapa sin remedio.

Y en ese contexto, desde que Yuri Gagarin fue puesto en órbita en 1961, vivimos con la posibilidad de viajar por el espacio. Algo que resulta interesante desde el punto de vista del envejecimiento debido a que, por algún motivo que se me escapa, pero que Einstein explicó muy bien: el tiempo pasa más despacio cuando te mueves que cuando estás quieto (pido perdón a los físicos y matemáticos por esta simplificación, pero es hasta donde llego).

Esto tiene una plasmación en lo que se conoce como “la paradoja de los gemelos” que toma como protagonistas a dos gemelos (de ahí el nombre); el primero de ellos hace un largo viaje a una estrella en una nave espacial a velocidades cercanas a la de la luz; el otro gemelo se queda en la Tierra. A la vuelta, el gemelo viajero es más joven que el gemelo terrestre. He puesto el enlace para que, quien quiera pueda entretenerse con las ecuaciones que sustentan la afirmación.

Traída a nuestro campo, esa paradoja nos llevaría a lanzar a quienes quieran vivir más al espacio y esperar unos cuantos años para que, a su regreso, se viesen más jóvenes que sus coetáneos. Lo cierto es que parece algo pensado por Zeus ya que en el regalo trae también su castigo. ¿Querría alguien pasar su vida alejado y encerrado en una nave sólo para obtener una “juventud relativa”? Además, ¿qué pasaría si no hacemos bien los cálculos y cuando regresamos a la tierra ha pasado tanto tiempo que ésta es irreconocible, todos nuestros amigos han muerto y nos sentimos totalmente extraños? ¿Suena familiar? Es el principio de “El Planeta de los Simios”.

Parece que la aportación de la exploración espacial a la lucha contra el envejecimiento será algo más prosaico. Ya lo están haciendo en la Estación Espacial Internacional ISS en un proyecto llevado a cabo por parte de tres instituciones Canadienses entre las que se encuentra una empresa que gestiona residencias de personas mayores, Schlegel Villages.

La base del estudio radica en que, a pesar de que quien viaja debería envejecer más lento, lo cierto es que en un entorno de menor gravedad como el que se vive en órbita, el cuerpo se deteriora de una forma parecida a la que supone el paso del tiempo aunque de una forma acelerada. Así, no sólo se pierde masa muscular, sino que, además, las arterias se endurecen veinte veces más rápido en personas que viven en la Estación Espacial que en quienes se quedan en la superficie de la Tierra. Este endurecimiento se relaciona con un aumento en la presión arterial e incluso con situaciones de deterioro cognitivo. Por eso es tan importante investigar las causas y proponer soluciones para revertirlas.

Los astronautas que han pasado más de seis meses en órbita son personas preparadas e interesadas por la ciencia que casi siempre están dispuestas a colaborar y que guardan en sus cuerpos lo que pueden ser claves de la lucha contra el envejecimiento dependiente. Quizás dentro de unos años sea uno de esos astronautas quien ayude a Títono a recuperar su forma humana, aunque lo que él de verdad quiere es… morir.

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