En la residencia Las Marismas, de la que, por cierto, eres directora, te sorprende cuánto tiempo y espacio mental pueden requerir enfrentar y resolver los desafíos complejos que surgen en el día a día.
A ti, que siempre has tenido el bienestar de los residentes como máxima prioridad, te está tocando lidiar con una situación que te ha hecho recordar que la labor de quien dirige una residencia también está sujeta a la percepción y al juicio de la comunidad.
Hace apenas dos meses ha ingresado una nueva residente, Teodora, una mujer que recientemente había sufrido un ictus y a la que su informe de ingreso define como fumadora, obesa y diabética. Afortunadamente, su recuperación ha sido positiva, y ha recibido indicaciones médicas claras para mejorar su salud y calidad de vida, entre ellas dejar de fumar y evitar azúcares. Teodora fuma desde joven y, como llevaba viviendo sola desde hacía años hasta antes del ingreso, cocinaba para ella sola, con una preferencia por las comidas dulces.
Así las cosas, la recomendación médica se le plantea como un verdadero reto. A pesar de ello, habiendo sido informada y contando con el apoyo, tanto de sus familiares como del equipo de la residencia, parecía que Teodora estaba dispuesta, por lo menos a intentarlo.
En una reunión con ella y sus dos hijas aceptó que desde la residencia se controlara el consumo de tabaco reduciéndolo a tres cigarrillos al día, también acepto comer la dieta de diabéticos con algunas excepciones. El dónde fumar suponía un problema ya que la residencia nunca ha dispuesto de zonas para fumadores y, aunque la Ley permita que exista una zona delimitada para que puedan fumar los residentes, siempre habéis intentado desincentivar esa adicción. Al final habéis habilitado una sala que queda al final de un pasillo que da a una pequeña terraza. Así, si hace buen tiempo, puede fumar fuera, si no en la sala, bien ventilada.
En la reunión que mantuvisteis con la residente y sus hijas, éstas plantearon, y ella aceptó, que los cigarrillos se los administraríais desde la residencia y que también limitaríais que pudiese sacar cafés de una máquina de vending que hay en la recepción (a Teodora le gustan mucho los capuchinos de esa máquina que selecciona con el máximo de azúcar) guardándole vosotros el dinero. La reunión fue muy bien y la residente se mostró muy colaborativa y dispuesta a aceptar las propuestas que se hacían para garantizar su buena salud y calidad de vida. Después de la reunión la cosa cambió.
La residencia cuenta con un amplio jardín, una entrada principal desde la cual se puede ver el exterior y está en un sitio bastante céntrico de la población. Teodora, a pesar de haber estado de acuerdo con limitar el tabaco y su consumo de azúcares, es autónoma y decide cuando salir y entrar de la residencia (como lo haría en su casa). En la residencia fuma sus tres cigarrillos, pero cuando sale a la calle, según nos comentan trabajadores y algunos vecinos va pidiendo tabaco a los transeúntes y cuando encuentra a alguien que conoce siempre pide que le inviten a un café o algo dulce en un bar cercano.
Lo hemos hablado con ella y con sus hijas. Teodora, niega todo y se enfada. Cuando vuelve a quedarse a solas contigo te pide que no seas una “chivata”. Sus hijas nos dicen que no deberíamos dejarla salir sola, pero siendo ella una persona autónoma y cognitivamente competente, no vemos correcto ponerle limitaciones (además, sería una ilegalidad). Teodora, ante sus hijas dice que cumple con las pautas del médico, pero nosotros sabemos que es mentira. Las hijas nos responsabilizan de que su madre cumpla diciendo que “sois profesionales y deberíais saber afrontar situaciones así”.
Para complicar un poco las cosas, hace un par de días vinieron unos policías municipales a las Marismas y nos dijeron que algunos vecinos habían dicho que en la residencia dejábamos salir sin control a personas con demencia que pedían por la calle tabaco y que les invitasen a comer algo.
ambién el familiar de otra residencia, que se había encontrado a Teodora en la calle, nos preguntó si no sería que estábamos dando poco de comer por lo que los residentes pasaban hambre y pedían comida fuera. Les explicamos muy por encima la situación (sin dar datos personales). Así es como algo que sólo tendría que afectar a una residente se ha empezado a convertir en otro tipo de “algo” que afecta a toda la residencia.
O sea, tenemos una persona válida, con autonomía de decisión y a la que, aunque su movilidad no es absoluta, le gusta salir y caminar cada día fuera de la residencia, donde aprovecha para ir pidiendo a las personas con las que se encuentra tabaco o que la inviten en el bar (dos cosas que objetivamente son perniciosas para ella). La familia está de acuerdo con que se le limite el consumo de tabaco, y en principio, también lo estaba la residente.
Ahora sabemos que fuma sin control y no sigue el menú, que es lo que ella quiere, aunque lo niega ante sus hijas a quienes dice que sí que cumple las pautas. Y en medio estás tú, la directora y toda la residencia, que habéis hecho un esfuerzo para amoldaros a lo que Teodora dice querer y tenéis que lidiar con sus mentiras.
¿Cómo pueden las residencias equilibrar la necesidad de seguir recomendaciones médicas con la autonomía y libertad de los residentes? ¿Cómo puede armonizar la libertad de cada residente con la de sus familiares, sobre todo cuando lo que el residente dice y hace no coinciden? ¿Si “seguir su propia voluntad” causa daños a la salud del residente, tiene responsabilidad la residencia? ¿Cuándo una situación (si es que esa situación existe) es lo suficientemente grave como para no seguir la voluntad del residente sino aquello que es objetivo mejor para él o ella?
Así es como unos cigarrillos y unos azucarillos se han convertido en elementos de tu preocupación y en algo que precisa de una decisión.
¿Qué harías tú en este caso?
Autora del texto: Anna Cebrián es licenciada en Económicas, Máster en Dirección de Empresas y postgrado en dirección de servicios gerontológicos. Directora de Inforesidencias.com
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