Esta semana ha salido la noticia que dice que “El Gobierno propone residencias más pequeñas, con más personal y un mayor control de los centros”. Sin tener el documento a que hace referencia el artículo, pero analizando las características más importantes que quedan reflejadas en él, me gustaría, como arquitecto especializado en el diseño de residencias para mayores, dar mi opinión sobre los conceptos básicos sobre los que está planteada la propuesta.
Opinión positiva
Por un lado, se propone de una vez por todas que las residencia deben ser el hogar de las personas mayores y no hospitales. En este punto se entra en algunas características arquitectónicas, como habitaciones personalizables, distribución por grupos pequeños en base a las unidades de convivencia lo más pequeñas posibles, etc. De alguna manera todo aquello que llevamos años planteando desde la arquitectura y que algunos hemos llamado “el modelo nórdico adaptado a nuestra cultura y economía”. No podemos más que alegrarnos de que, de alguna manera, después de años de viajes, de estudios sobre cómo deben ser las residencias para personas mayores, vemos que finalmente parece que nos hacen caso desde las administraciones. El motivo para que este modelo de unidades de convivencia sea mejor que los desarrollados hasta ahora está fundamentado en diferentes conceptos:
- Eliminar las 3 lacras de las personas mayores: La soledad, el aburrimiento y el sentido de inutilidad, mediante un grupo afín de convivencia con actividades ajustadas a sus voluntades.
- Reducir los estímulos negativos como son el exceso de ruido, el desorden, el exceso y defecto de luz, y aumentar los estímulos positivos como son el acondicionamiento acústico, el ambiente de hogar, el empoderamiento de las personas a partir de la facilidad de reconocimiento de los espacios de vida de la unidad, un jardín bonito, colores y texturas agradables etc.
Todo ello ya hace años que lo venimos explicando y aplicando en nuestros proyectos. Está comprobado que las unidades de convivencia consiguen que las personas mayores puedan ser atendidas a partir de los criterios ACP y mejoran de forma significativa el trabajo de las personas que los atienden.
Hemos visto como personas que estaban en residencias “normales”, es decir, sin distribución por unidades de convivencia y que se mostraban alteradas con altos grados de medicación, han cambiado totalmente en una unidad de convivencia hasta el punto de eliminar por completo la medicación que necesitaban. En la última residencia que hemos inaugurado en Sant Adrià del Besós hemos podido entrevistar a algunos residentes, quienes nos han mostrado que el modelo les permite sentirse en casa. Los espacios más humanos y pequeños permiten una mayor facilidad de adaptación a las personas con dependencia.
En este sentido nos parece muy acertada la nueva normativa que se propone. Faltará, por supuesto, leer la letra pequeña de la misma.
La opinión negativa
No acabo de entender de donde sale que las residencias deben tener una capacidad máxima de 50 residentes. En ninguna parte se explica por qué 50 y no 20 o 100. Desde mi punto de vista y con todo lo que hemos estudiado e investigado sobre la mejor manera de construir residencias para mayores con dependencia, precisamente cuando están distribuidas por unidades de convivencia, es cuando el tamaño final del edificio pierde su importancia.
Lo que es realmente importante es el tamaño de la unidad de convivencia. Eso es lo que se puede limitar o, como mínimo, recomendar. El tamaño de la unidad de convivencia es el aspecto más importante en el diseño de una residencia. Este tamaño debe ser lo más pequeño posible pero económicamente viable.
He tenido la fortuna de coincidir en algunas conferencias y jornadas con el prestigioso doctor arquitecto Habib Chaudhury, director de la facultad de gerontología de la Universidad Simon Fraser de Vancouver en Canadá. Se trata de un arquitecto que lleva muchos años investigando desde la universidad sobre cómo diseñar entornos para personas con demencia. Se fundamenta en las características que tienen estas personas, qué necesidades y qué percepción del espacio tienen, para acabar concluyendo que las unidades cuánto más pequeñas mejor, pero siempre ha recalcado como uno de los aspectos también muy importantes que “el tamaño de la unidad de convivencia no tiene nada que ver con el tamaño del edificio”.
Por tanto, puedes tener 10 unidades de 15 personas y una residencia de 150 residentes. Al final se trata de tener lo mejor de una residencia pequeña con lo mejor de una residencia grande. Es absurdo renunciar a la economía de escala sin ninguna justificación. Estoy ansioso por que alguien me explique qué ventaja tiene una residencia de 50 plazas respecto de una de 150.
Un día le pregunté a Habib Chaudhury qué tamaño consideraba que era óptimo y dónde estaba la barrera entre una unidad grande y una unidad pequeña. Su respuesta fue que el máximo está alrededor de las 20 plazas. A partir de aquí ya considera la unidad grande y también recomienda que estas unidades de 20 plazas dispongan de espacios de convivencia compartimentados en más de un espacio para que cada uno pueda encontrar su propio espacio. Las 20 plazas son una cifra. A mí no me gusta ser muy radical con este tema. Para mi siempre es bueno pensar en que con alrededor de 20 plazas estamos en el límite. Pueden ser 18 o 22, pero no mucho más. Evidentemente, cuanto más pequeñas mejor y si se puede organizar una residencia en unidades de 12, o de 10 personas sería estupendo.
Pero eso no tiene nada que ver con la dimensión final del edificio. Otro tema será los aspectos relacionados con las ratios de personal y sus salarios que lógicamente se deben subir para lograr una atención de calidad, pero para ello también será imprescindible subir las cuotas mensuales. Se debe ampliar el presupuesto de servicios sociales par que los mayores tengan la atención que merecen.
Precisamente, si queremos una atención de calidad a un precio razonable, debemos tener en cuenta también el tamaño final del edificio y las sinergias que se pueden conseguir con una capacidad total grande. En los países nórdicos, las unidades son de 9 personas y los precios son 4 veces más caros. Este modelo no es copiable en nuestra cultura ni en nuestra economía, pero algunos llevamos años buscando la manera de hacer compatible una atención lo más próxima a la nórdica a un precio razonable en nuestro país.
Creo que hay algunos temas más importantes sobre los que se debería debatir antes de fijar tamaños máximos de residencias. Por ejemplo, ¿por qué en nuestras residencias no puede haber cocinas en cada unidad totalmente independientes, donde trabajador y residentes puedan cocinar lo que quieren comer? O ¿por qué no puede haber en cada unidad de convivencia una lavandería más doméstica donde hacer la colada? Eso daría más credibilidad a la idea de casa que buscamos, aunque entiendo que también incrementaría los precios, por la multiplicación de la necesidad de personal. En cualquier caso, creo que son temas de debate muy interesantes, quizás no para que estén como imperativo en la normativa, pero sí debatir si un operador considera tener cocinas y lavanderías domésticas para cada unidad, ¿por qué la normativa no se lo permite?
Para mí, la propuesta que se está presentando tiene muchos puntos positivos, pero creo que se debe dejar más libertad en relación con el tamaño. No tiene ningún sentido limitar la capacidad de los centros siempre que éstos estén distribuidos en unidades de convivencia estancas.
Desde la arquitectura hace tiempo que proponemos el modelo de unidades de convivencia, donde un grupo reducido de personas mayores con ciertas afinidades, sean físicas, mentales o de índole social, viven juntas y comparten espacios, cocina y actividades. En definitiva comparten la vida. No estoy de acuerdo en el límite de 50 residentes de capacidad de los centros.
Marc Trepat Carbonell
Arquitecto, B\TA Arquitectura
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