Laura pulsaba el botón de teleasistencia cada noche a la misma hora. Al principio pensaron en ansiedad o en un posible deterioro cognitivo, pero al hablar con ella descubrieron que esa era la hora a la que solía llamar a su hermano antes de que falleciera.
Ese pequeño dato no resolvió el problema, pero lo cambió todo.
Permitió comprender lo que había detrás de un gesto y, desde ahí, acompañarla mejor.
Ahí está el poder de los datos cuando se miran con “otras gafas”: no deshumanizan, revelan.
Nos ayudan a entender, a ajustar, a cuidar con más sentido.
Más allá del “yo sé que funciona”
En los servicios sociales seguimos actuando, muchas veces, desde la intuición o el boca a boca.
Sabemos que algo “va bien” porque lo sentimos o lo escuchamos, pero no siempre lo comprobamos.
Y, sin embargo, si algo caracteriza a un sector profesional maduro es su capacidad de apoyarse en evidencias, no solo en percepciones.
La valoración subjetiva tiene un valor enorme, ya que nos permite captar matices, emociones y percepciones, pero gana fuerza cuando se acompaña de evidencias de impacto.
Lo que siente una persona importa, y mucho; pero si además podemos demostrar que esa mejora es sostenida y medible, entonces el cambio deja de ser anecdótico y se convierte en aprendizaje colectivo.
¿Tomarías un medicamento que no ha sido aprobado por la Agencia del Medicamento?
Probablemente no.
Y, sin embargo, en lo social aplicamos programas, talleres o acompañamientos sin comprobar si funcionan. Diseñamos intervenciones llenas de buena intención —porque la vocación de cuidar está ahí, intacta—, pero muchas veces sin evidencias que respalden su eficacia.
Evaluar no es desconfiar: es acompañar mejor.
Del mismo modo que un medicamento necesita ensayos clínicos para demostrar su efectividad, nuestras intervenciones también necesitan pruebas, datos y evidencias que acrediten que generan bienestar, autonomía y oportunidades reales.
Evaluar no es fiscalizar, es aprender
La palabra evaluar todavía levanta cejas. Suena a auditoría, a inspección, a formulario interminable.
Pero evaluar —digámoslo claro— es un acto de humildad profesional: tener la valentía de mirar lo que hacemos y preguntarnos si realmente está funcionando.
Schalock y Verdugo nos recuerdan que la calidad de vida no es una idea abstracta, sino una suma de dimensiones medibles: bienestar emocional, relaciones, inclusión social, autodeterminación…
Medir no significa deshumanizar, sino reconocer lo invisible.
Porque cuando lo observamos con método, podemos mejorarlo.
El dato con alma
A veces, en lo social huimos de los datos como si fueran enemigos.
Nos parecen fríos, impersonales, ajenos a la esencia del acompañamiento.
Y cuando alguien propone usarlos, aparece la frase que me da más coraje: “Es que yo soy de letras…”. Sí, hija, yo también.
Y me encantan los datos.
Porque los datos no muerden ni quitan música.
Solo nos ayudan a no hablar por hablar, como si cada vez que compartimos una buena práctica estuviéramos inventando la rueda.
Los datos no sustituyen la empatía: la afinan.
No sirven para encasillar a las personas, sino para entenderlas mejor.
Cambiar la cultura
Quizá el reto no sea tanto innovar, sino atrevernos a mirar con datos lo que ya hacemos.
Cambiar la frase “yo veo que funciona” por “puedo demostrar que mejora la vida de las personas”.
Aceptar que evaluar no es controlar, sino cuidar con evidencia.
Cada vez que recogemos información, analizamos resultados o nos preguntamos por el impacto real, estamos profesionalizando nuestro sector.
Y eso no le quita alma: se la devuelve.
Porque nada hay más ético que querer saber si las intervenciones y apoyos desplegados en servicios sociales están cumpliendo su propósito.
En definitiva, evaluar no es poner notas.
Es poner el foco.
Es medir para transformar.
Porque si no medimos, nunca sabremos si realmente estamos cambiando vidas.
Y apoyar bien —como aprobar un medicamento— también implica demostrar que funciona.
Por Carmen Fdz. Moyano, profesional del ámbito sociosanitario en servicios de atención a personas mayores.
Nota: la imagen que ilustra este artículo ha sido creada con inteligencia artificial, representando de forma simbólica la idea de la evaluación con alma en los servicios sociales.