El rincón del director

Comer como en casa (de verdad)

Una persona mayor come en una residencia. (Foto: Gemini).
Josep de Martí | Miércoles 15 de octubre de 2025

En la residencia Las Marismas, de la que por cierto eres directora, hace tiempo que sabes que los grandes problemas no siempre empiezan con una caída, una úlcera o un brote. A veces, basta con un plato.

Todo empezó de forma aparentemente inocente. Carmen es una residente con un perfil emocional complejo. Nunca fue fácil, según su hija, y desde que entró en la residencia, menos. No comía bien, no quería probar lo que se servía en el comedor y miraba el plato con la misma expresión que pondría si le ofrecieran comida para gatos. Tras varios días casi en ayunas, la familia lo planteó como algo urgente: “es que ella, si no come lo suyo, no come”.

Al principio, el equipo intentó introducir variaciones, texturas distintas, otros emplatados. Nada. Carmen decía que no tenía hambre, pero se iluminaba cada vez que su hija aparecía con una fiambrera envuelta en una bolsa de tela, como si se tratara de un pequeño regalo. Croquetas, tortilla de patata “como la de siempre”, sopa con fideos “más finos” y canelones “como los hacía ella”. Y entonces, sí: comía.

Intentando mantener la paz —y también buscando no agravar su situación clínica—, accediste a permitir que, de forma provisional, la familia le trajera parte de la comida de casa. El argumento era razonable: la residencia es pequeña, hay que ser flexibles, y no se puede negar una solución que parece funcionar. Lo planteaste como un gesto temporal, que se evaluaría más adelante.

Eso fue hace cuatro meses.

Desde entonces, Carmen solo come lo que le traen de fuera. El personal del comedor ya no le sirve más que pan y agua. Lo demás lo pone la familia, que se ha organizado con precisión: lunes y jueves sopas, martes arroz, viernes cocido sin grasa. En recepción se recogen los tuppers, se almacenan en la nevera del office y se calientan bajo supervisión de las auxiliares. Nada de esto está formalizado por escrito.

Hasta aquí, ya sería debatible. Pero la cosa se ha complicado.

María, su compañera de mesa, con quien apenas cruzaba palabra hace un año, se ha hecho afín a Carmen. Al principio miraba los tuppers con curiosidad. Luego con envidia. Después, con quejas. Y finalmente, con exigencias. Hoy, María también recibe comida externa, aunque con menos regularidad: una empanada, una ensaladilla, un caldo de huesos “que le sube las defensas”. Lo deja su hijo en recepción y lo entrega diciendo: “es que a mi madre tampoco le gusta el cátering”.

Tanto el médico como la psicóloga del centro han intentado reconducir la situació. Se ha hablado con ambas familias. Se ha explicado que la alimentación en centros debe ser supervisada por razones sanitarias, que el personal no puede hacerse responsable de alimentos no preparados bajo protocolos seguros, que esto puede generar conflictos con otras familias y residentes. Pero no ha servido de mucho.

La familia de Carmen, cuando se insinúa una limitación, contesta con firmeza. Aseguran que, si no se le permite seguir comiendo así, “volverá a deprimirse” y que “no podréis obligarla a comer lo que no quiere”. Incluso han insinuado que, de forzarle la comida del centro, estaríais vulnerando sus derechos. Carmen, por su parte, lo verbaliza aún más claramente: “Si me quitáis mi comida, no como. Y si no como, me muero. Y eso ya lo he dejado por escrito”. Se refiere a su documento de voluntades anticipadas, que tiene registrado y que exhibe como un salvoconducto para mantener su independencia.

Desde dirección, has ido demorando el conflicto con la esperanza de que la situación se estabilizara. Pero los riesgos empiezan a acumularse. No sabrías qué decir si mañana hay una intoxicación. ¿Cómo podríais demostrar de qué plato vino? ¿Y si otro residente, por error, come de un alimento aportado por la familia y sufre una reacción? ¿Y si otra familia se queja porque su madre sí tiene que comer lo del menú, mientras otras reciben platos “a la carta”?

Después de consultarlo con el equipo técnico y revisar el reglamento de régimen interior, crees que ha llegado el momento de poner límites. Se ha valorado que, si bien el modelo de atención centrada en la persona permite y recomienda adaptarse a gustos y preferencias, eso no puede implicar vulnerar principios básicos como la seguridad alimentaria, la trazabilidad o la igualdad de trato.

Vas redactando mentalmente el comunicado que te gustaría hacer llegar a las familias. No será fácil. Ni popular. Pero como directora, sabes que dirigir es también proteger. Y ahora toca proteger el sentido común.

Preguntas para el equipo:

  • ¿Hasta qué punto puede una residencia aceptar comidas externas sin comprometer su responsabilidad legal y sanitaria?
  • ¿Qué límites establece la atención centrada en la persona cuando el bienestar individual pone en riesgo el colectivo?
  • ¿Cómo se debe interpretar un documento de voluntades anticipadas cuando se utiliza para mantener una práctica alimentaria no supervisada?
  • ¿Podemos permitir una práctica que se inició como excepción si se ha consolidado como hábito?
  • ¿Qué elementos deberían añadirse al reglamento interno o al contrato de ingreso para prever casos como este?
  • ¿Qué harías tú?

    Nota: este caso está basado en una situación real que ha vivido una residencia y que sigue gestionando. Lo he “novelado” un poco, pero esencialmente es eso. Os recordamos que podemos difundir casos prácticos porque nos enviáis situaciones que pueden ser interesantes para todos. Por favor ¡seguid haciéndolo!

    Autor del caso Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.

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