España envejece como un reloj suizo y una brújula torcida. El Instituto Nacional de Estadística ya nos puso la cifra incómoda sobre la mesa no hace mucho; los 65+ pasarán del 20,4% actual a un 30,5% hacia 2055. Uno de cada tres vecinos. No es una pandemia por suerte pero es un calendario predictivo. Y, sin embargo, el país que presume de una gran longevidad recorta su velocidad justo donde no debería; 2024 fue el primer año en una década con menos plazas residenciales para la tercera edad—395.065—y la brecha para llegar al estándar de 5 por cada 100 mayores ya exige 89.324 plazas adicionales. ¿Plan? ¿Mapa o estrategia? ¿O seguimos con las presentaciones de declaración de intenciones o buenas prácticas?
La Ley 39/2006 prometió un derecho subjetivo y un Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia que garantizara unos servicios mínimos comunes. Diecinueve años después, la palabra “garantía” convive con otra estadística descarnada y alarmante; 34.252 personas fallecieron en 2024 mientras esperaban valoración integral o prestación ya concedida. Una cada 15 minutos. ¿Cómo se traduce un “derecho” cuando la vida se les va a estas personas antes de abrir y cerrar el expediente?
En ese macabro escenario, las residencias de ancianos y los centros de días, nombrando algunos centros de estas características, son el eslabón del ecosistema sanitario que chirría más alto, como el frenazo de un tren a toda velocidad. No porque falte discurso (“atención centrada en la persona, que bonito suena ¿verdad?”) sino porque faltan manos cualificadas y principalmente humanas. España opera con ~6,2–6,3 enfermeras por 1.000 habitantes frente a una media UE de ~8,4–8,5; el propio Ministerio y la OCDE lo reconocen.
“Déficit estructural”, lo definen; en el día a día se traduce en polimedicación en este tipo de pacientes, sin el seguimiento adecuado y activo necesario, úlceras evitables y prevenibles, delirium sospechoso que nadie o muy pocos profesionales pueden detectar a tiempo y hospitalizaciones por causas innecesarias o mal supervisadas. ¿De verdad creemos que con menos profesionales que nuestros vecinos europeos lograremos mejores resultados que ellos?
La ratio enfermera/residente refleja el gran tabú sin un marco claro y coherente en un contexto tan cambiante con necesidades de salud reales y muy diferentes en el paradigma de los pacientes ancianos crónicos complejos. El mosaico autonómico permite desde mínimos tan bajos como 0,04 profesionales de enfermería por residente en Andalucía (1 por cada 25 personas) hasta exigencias más dignas en psicogeriatría; en la práctica, muchos centros se mueven entre 1/100 y 1/200 residentes por enfermera en determinados turnos.
Madrid, por ejemplo, arrastra normativas rígidas, obsoletas y estudios sindicales y de sociedades científicas que señalan que habría que multiplicar por cinco el personal para garantizar un cuidado digno, ético y humanizado. ¿Cómo se hace una “valoración integral” y se generan vínculos emocionales con los residentes cuando una enfermera o auxiliares sanitarios corren turnos enteros con tres plantas y cien historias clínicas con múltiples patologías y situaciones especiales conviviendo, es decir, con 100 personas?
Mientras tanto, la cronicidad compleja y las demencias siguen aumentando al ritmo de los leones tecnológicos sin previo aviso a los pliegos de las predicciones más objetivas y pesimistas. España podría acercarse a dos millones de personas con deterioro cognitivo en 2050 si no se refuerzan la prevención comunitaria y los programas de diagnóstico precoz. La señal no es nueva en este tapiz; la evidencia global estima que los casos de demencia se duplicarán o triplicarán hacia mitad de siglo. ¿Dónde queda el “plan demencia–residencias” con métricas de resultado y financiación finalista?
Celebramos la “desinstitucionalización” mientras la atención domiciliaria avanzada—esa que evitaría ingresos y mantendría autonomía—sigue infra-dotada y feminiza aún más la carga dura e infravalorada de hijas cuidadoras que renuncian a empleos y salud a cambio de burocracia tardía, ineficaz y que en la mayoría de las ocasiones llega sin consuelo. Y en paralelo, la oferta de plazas cae por primera vez en diez años, que curioso también. ¿Queremos residencias solo para titulares sensacionalistas para nada realistas o de verdad para cuidar?
Ahora, me plantearía algunas preguntas incómodas que no se deberían esquivar:
— Si la ley reconoce un derecho, ¿por qué el tiempo administrativo lo desactiva en la práctica? ¿Quién asume la responsabilidad sanitaria de los fallecidos en lista?
— Si sabemos de antemano que la población mayor crecerá hasta 2055, ¿por qué disminuyen las plazas y no existen ratios estatales de enfermería vinculadas a complejidad?
— ¿Por qué la ciudadanía reclaman el famoso y trivial “cuidado centrado en la persona” pero no se garantiza una historia sociosanitaria compartida, gestor de casos enfermero y cartera avanzada (disfagia, heridas, dolor, polimedicación, prevención caídas) en todas las residencias?
— ¿Cuánto vale evitar una fractura de cadera o un delirium? ¿Por qué no financiamos por resultados—caídas evitadas, hospitalizaciones prevenibles, satisfacción familiar—en lugar de por camas ocupadas?
El cambio de paradigma no exige poesía, sino una transformación en la ingeniería del cuidado. Algunas palancas, ya conocidas, que requieren pasar del tuit a la orden presupuestaria:
Y sí, esto cuesta. Pero no hacerlo saldrá mucho más caro; más urgencias hospitalarias y extrahospitalarias, más estancias evitables, más familias exhaustas y desestructuradas, menos dignidad, menos intimidad, mayor dependencia y muchísima menor humanización de la asistencia sanitaria a estas personas encuadradas en otra etapa vital de sus vidas que no menos importante. La demografía también es pura economía, donde a menor población activa, más presión en pensiones y dependencia; pensarlo como gasto y no inversión es contabilidad creativa.
Sería interesante y enriquecedor con un valor incalculable, dejar de hablar de “tsunami plateado”. Porque no es una avalancha; es la mala arquitectura la que nos podría aplastar entre escombros de ego y prioridades—normativas viejas, ratios indulgentes, financiación sin métricas, talento infraprotegido. El día que midamos residencias por resultados de salud y dignidad (no por plazas, ni habitaciones, fiestas tradicionales, ni por fotos inaugurales), descubriremos que la respuesta estaba donde siempre estuvo; en las enfermeras y equipos que ya sostienen el sistema con creatividad, resiliencia y una vocación cansada al borde de la indiferencia. Démosles tiempo clínico, herramientas y compañeros suficientes. PERSONAS. Lo demás—listas de espera que matan, plazas que retroceden, discursos que no curan—no es envejecimiento ni cronicidad; se trata de decisión y acción.
Fuentes:
Juanfran Jurado es Clinical Nurse AP y Urgencias/Emergencias| Liderazgo Humanista y Transformacional | Divulgación Enfermería Familiar AP | Dirección y Gestión Sanitaria | IA enfermería AP | Escritor libre pensador