En septiembre viajaré a México para participar en el SUMMIT CRESER MAYORES, un encuentro iberoamericano en el que gerentes, emprendedores, responsables políticos y expertos del sector se reunirán con un objetivo común: compartir soluciones para que el envejecimiento que habla español a ambos lados del Atlántico se beneficie del intercambio de conocimientos y experiedncias.
Para empresas españolas y europeas que quieran estudiar la posibilidad de invertir en el sector geroasistencial americano o incluso explorar oportunidades de atraer talento, el Summit CRESER representa una excelente oportunidad para sumergirse en la realidad local, establecer contacto directo con prestadores y entender las dinámicas propias del continente. Todo ello comporta mucho más que pretender exportar un modelo europeo sin más, sino de escuchar, aprender e incluso incorporar en España soluciones intentadas con éxito en América.
Pensando en ese viaje, he buscado datos sobre cómo envejece América Latina. No quería quedarme en impresiones vagas o en las comparaciones fáciles. He encontrado un informe de 2023 titulado Envejecimiento y salud en Latinoamérica, elaborado por Viviana Lifschitz y Lucía Inés Sánchez, del Departamento de Epidemiología del Hospital José Ramón Vidal en Argentina. Y lo recomiendo. Porque aporta datos, contexto y, sobre todo, una visión de conjunto que ayuda a desmontar algunos tópicos.
Hablar de envejecimiento en Europa y en América Latina es, a veces, como hablar en idiomas distintos. Aquí consideramos que una persona entra en la “vejez estadística” a los 65 años. Al otro lado del Atlántico, lo habitual es tomar como referencia los 60 años. De hecho, la propia ONU utiliza esa edad para sus estadísticas globales. Esto tiene implicaciones profundas: afecta a cómo se mide el fenómeno, a qué políticas se diseñan, a qué indicadores se priorizan. No es lo mismo tener un 20% de mayores de 60 que de mayores de 65, y no siempre lo recordamos cuando comparamos cifras.
Desde España, solemos mirar el envejecimiento latinoamericano con una mezcla de distancia y anhelo. Distancia, porque sus indicadores de salud, su cobertura de pensiones, sus entornos urbanos o su nivel de renta todavía están —en muchos casos— lejos de los nuestros. Anhelo, porque desde aquí, donde ya escasean profesionales sociosanitarios y la inversión pública en cuidados sigue sin estar a la altura, se empieza a mirar hacia América como una posible cantera de talento. “Que vengan”, pensamos. Pero… ¿están disponibles?
El informe que he leído dibuja una región que no tiene menos necesidad de cuidadores: simplemente, está en otra fase del tsunami demográfico. En 1950, solo el 5,6% de la población de América Latina tenía 60 años o más. Hoy ya rondan el 13%, y se estima que en 2050 llegarán al 25%. Eso significa que en menos de treinta años habrá más personas mayores que menores de 20 años. Y con eso viene todo lo demás: más dependencia, más enfermedades crónicas, más necesidad de políticas públicas y de recursos que aún no están del todo listos.
A diferencia de España, donde hablamos ya de transición demográfica avanzada, en muchos países latinoamericanos todavía puede hablarse de bono demográfico. Aún hay un número importante de personas en edad laboral, en esa franja intermedia que sostiene a los extremos de la pirámide. Pero esa ventana de oportunidad se está cerrando, y con rapidez. La planificación que no se haga hoy, costará el doble mañana.
Una de las cosas que más me ha impresionado del informe es que va más allá de la demografía y entra en lo concreto: pobreza, analfabetismo, acceso al agua potable, transporte rural, salud bucodental, género, migración. En zonas rurales, muchas mujeres mayores viven solas, sin pensión y sin acceso fácil a servicios básicos. En Argentina, por ejemplo, la mayoría de los mayores cobra una jubilación, sí, pero su nivel de ingresos apenas cubre la mitad de la canasta básica del jubilado.
También se recuerda que el 41% de los mayores latinoamericanos no dispone de ingresos suficientes por pensión, una cifra que es aún más alta en mujeres. Y, sin embargo, muchas siguen trabajando en la informalidad, como pueden, cuando pueden. No por realización personal, sino por necesidad. Quizás quien lea esto piense que este dato pone a Latinoamérica en una situación mucho peor que la Española. Quizás no sea así. Un informe presentado en 2024 en el Senado español, decía que casi un 36% de las pensiones en España está bajo el umbral de la pobreza.
La brecha de género también envejece. Las mujeres a los dos lados del océano viven más, pero con peor salud, menor autonomía económica, más viudedad, menos formación, más soledad. Igual que aquí, pero más pronunciado. El edadismo también existe, pero con formas propias. Las ciudades envejecen más rápido que el campo, y las políticas aún no alcanzan a cubrir lo que el envejecimiento demanda.
En este contexto, la mirada europea no puede limitarse a ver América como una reserva de profesionales para nuestros sistemas envejecidos. Porque allí también van a necesitar cuidadores, tecnología, servicios y soluciones. Lo que ocurre es que están cinco, diez o quince años por detrás en el calendario. Es decir: están donde nosotros estuvimos hace no tanto. Tan lejos… y tan cerca.
Por eso recomiendo asistir al Summit CRESER MAYORES en Monterrey en próximo septiembre. Un espacio para el diálogo entre realidades paralelas. Un lugar donde podemos aprender los unos de los otros, donde las buenas prácticas no tienen pasaporte y donde, ojalá, surjan puentes y posibilidades de colaboración.
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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