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Violencia en residencias: cuando el agresor es el residente

Residente y su cuidador (Foto: Foto Designed by Freepik).
Javier Cámara | Miércoles 16 de septiembre de 2020

Muy pocas veces vamos a leer una noticia en la que un residente es el que agrede al trabajador de un centro residencial, pero la violencia laboral en residencias existe. Lo analiza la doctora en Psicología y profesora en la Universitat de Barcelona, Cristina Vidal-Martí, en su último libro La violencia laboral en las residencias de mayores, donde deja claro que "las personas mayores pueden ser agresores y en las residencias también hay personas mayores que pueden ejercer la agresión hacia los profesionales".

Otra de las conclusiones que saca la también jefa de estudios de mayores y atención sociosanitaria en la Fundación Pere Tarrés es que "hay centros que niegan que el usuario puede ser agresivo", entre otras razones porque "no se ve a la persona mayor como agresora". De hecho, afirma, "hay pocos centros que tienen protocolos de agresión".

Por ello, Cristina Vidal-Martí cree que lo más importante es "visibilizar que la violencia laboral en las residencias se produce", pero que se debe hablar del fenómeno "en positivo, no en negativo", con el objetivo de "buscar estrategias saludables".

En televisión vamos a ver siempre cuando un profesional de una residencia o centro de día ejerce algún tipo de violencia sobre el residente, pero nunca si sucede al revés. ¿Existe este tipo de violencia laboral en las residencias de personas mayores?

Pues sí, la literatura dice que sí. Este libro aparece a raíz de mi tesis doctoral, pero mirando la literatura de otros países, sí existen investigaciones en las que se ve que las personas mayores pueden ser agresores y en las residencias también hay personas mayores que pueden ejercer la agresión hacia los profesionales.

Hay pocos estudios en España que nos muestren que la frecuencia de agresión a profesionales de las residencias, hay mucha tarea a realizar, pero en uno que se realizó en Cataluña en 2015 muestra que el 15,6% de los 282 profesionales encuestados expresó haber experimentado agresión en las últimas dos semanas. El 2,8% fue de tipo físico, el 7,5% verbal, el 0,5% sexual y el 4,8% fue una combinación entre la verbal y física.

Antes, en 2012, en otro estudio que aparece en el libro, Zeller, Dassen, Kok, Needham & Halfens preguntaron a 804 trabajadores en residencias y el 96% reconoció que había experimentado un comprtamiento agresivo en algún momento durante su carrera. Y en 2010, Tak, Sweeney, Alterman, Baron & Calvert constataron que el 34% de los gerocultores sufrieron lesiones físicas como consecuencia de las agresiones realizadas por los residentes.

Como es un tema incómodo, hay poca definición incluso del término y la negativa de muchos centros a participar en este tipo de estudios. Todo esto hace que los datos que tenemos sobre violencia solo dejen visualizar la punta del iceberg.

También se puede entender como violencia laboral la que ejerce la familia del residente, ¿no es así?

Si, se puede dar la violencia laboral en las residencias por el entorno. Se conoce como violencia laboral de tipo II, cuando es el cliente o el usuario el que ejerce una acción violenta hacia el profesional, ya siendo el propio usuario o paciente o ya sea la familia porque no están de acuerdo con algún tipo de intervención o porque el profesional es el chivo expiatorio porque están enfadados... Hay distintos elementos que pueden llevar a que se produzca esta reacción.

¿Por qué pasa esto? ¿Cuáles son los factores de riesgo de la violencia laboral en las residencias de mayores?

Apunto en el libro una teoría que me ayudó a entender esto y que apunta a que nos encontraríamos distintas causas y la multiplicidad de estos factores de riesgo hace que haya más probabilidad de que se produzca la violencia.

Habría factores de riesgo por parte del usuario, como el tipo de personalidad, que el hombre ejerce un tipo de agresión distinta a la de la mujer (la del hombre es más física, la de la mujer es más verbal), el entorno en el que ha vivido el usuario o la permisividad que haya tenido su cultura con la violencia como medio de coacción para conseguir las cosas.

Pero también factores del profesional. Uno que es muy joven tiene más riesgo de padecer una agresión que otro que es más mayor, o un profesional que está más expuesto (un gerocultor tiene más riesgo que un técnico que tiene menos exposición directa con el usuario o con la familia) o los años de experiencia (cuántos más años de experiencia, menos riesgo de agresión).

También hay factores de riesgo vinculados a la organización, como una sobrecarga de trabajo (más sobrecarga, más riesgo de sufrir una agresión) o la cultura de la residencia (si se tratan chillando tanto profesionales como usuarios) o el tipo de liderazgo que haya en la residencia por parte de la dirección.

Igualmente, otro elemento sería el tipo de tareas: trabajar con personas más vulnerables predispone a estados de ánimo relacionados con el abandono o la tristeza y el hecho de que la persona no se encuentre bien hay más probabilidad de agresión. A más vulnerabilidad, más riesgo.

¿Por qué este libro? ¿Con qué objetivo escribes 'La Violencia laboral en las residencias de mayores'?

Pues precisamente para esto. En el libro se explican estos factores de riesgo para que los centros y los profesionales puedan analizar desde su punto de vista, pero también a nivel organizacional, qué elementos se pueden aplicar para minimizar las situaciones de violencia que se pueden dar en los centros y, a su vez, cuando se ha dado, cómo actuar.

Puedes describirnos algún ejemplo significativo. Imagino que, además de un familiar o el propio residente amenazando directamente al profesional con denunciarle, ¿cuál es la escena más común?

La que se entiende como más visible es la de una persona mayor, independientemente de si es hombre o mujer, que levanta su bastón y agrede al profesional.

Pero hay otras, que en los estudios van apareciendo, y es el de las demandas continuadas en el tiempo, es decir, las personas mayores, por su propia etapa evolutiva, tienden a ser más demandantes. Esta demanda constante y reiterada es un factor de riesgo. Por ejemplo, que la persona mayor constantemente requiera al profesional para ir al lavabo y éste no puede porque tiene que hacer otras tareas.

Si esta demanda se va repitiendo cada día de manera continuada y se le suman otras demandas de otros usuarios y otras tareas, llega un momento en el que el profesional puede sentirse agredido.

En este sentido, ¿no hay establecidas medidas preventivas y de intervención cuando se ha producido una acción violenta hacia el profesional por parte de la persona residente?

Esto depende de cada residencia y de que se visibilice y se entienda el hecho de que el usuario también puede ser agresivo. Creo que este es el gran tema y el motivo por el que aparece este libro. Hay centros que niegan que el usuario puede ser agresivo.

Hay centros en los que no se ve, no se visualiza esta realidad porque el usuario tiene derechos como cliente y lo tenemos que satisfacer. Y hay centros que han hecho una tarea preventiva y se dan cuenta de que no necesariamente el usuario tiene un deterioro cognitivo y hay situaciones en las que puede darse una agresión por parte del usuario, independientemente de su estado de salud.

En este sentido, el subtítulo del libro es “¿Cómo gestionar la agresividad de la persona usuaria?” ¿Está entre las medidas de prevención saber gestionar esta agresividad?

Si, en el libro apunto herramientas que pueden ayudar a la residencia y al profesional para minimizar esta situación, bien con tareas preventivas o, si ya se ha producido, qué hacer para minimizar el impacto que pueda tener.

Esto no significa que evitarán la situación, pero son elementos importantes a implementar en las residencias, como por ejemplo visibilizar en las reuniones de equipo cuando un profesional se puede sentir agredido por parte de un usuario o se siente amenazado. Hay que poderlo compartir y buscar estrategias entre todos para afrontar la situación, pero no minimizarlo.

Otro ejemplo sería hacer más trabajo de supervisión de casos para anticipar la situación o programas de autocuidado por parte de los profesionales para minimizar los riesgos. También revisar los propios mitos en torno a las personas mayores. Una de las dificultades que he tenido para preparar este libro es que no se ve a la persona mayor como agresora. Se niega. Es incómodo ver así a una persona mayor y esto lo padecen muchas familias que están cuidado a sus mayores.

¿Qué sucede si una agresión por una persona mayor se repite de forma continua? ¿Hasta dónde pueden llegar las consecuencias de una violencia laboral en una residencia?

Dependerá de cada centro. Pero ahora mismo que la mayoría de las residencias son de carácter privado, probablemente no haya sanción o difícilmente habrá sanción. Yo creo que si la agresión persiste, es una opinión personal, creo que el profesional se marcharía de la residencia porque probablemente no encontraría respuesta de su centro.

¿Cuál es la conclusión del libro?

Que hay que visibilizar que la violencia laboral en las residencias se produce y que se debe hablar del fenómeno en positivo, no en negativo, para buscar estrategias saludables. Todo aquello que podemos hablar es saludable para la organización, el profesional, las familias y el usuario.

Puede ser que el usuario no se dé cuenta de que está actuando de una determinada manera. Porque si durante 70 años ha funcionado así, y no vamos a cambiar a esa persona y más con el riesgo que conlleva la dependencia, tendremos que tomar medidas desde los centros.

Hay que trabajar esto porque hay muy pocos centros que tienen un protocolo de agresión.

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