El testimonio de un marido y la experiencia de psicólogas de Bouco Madrid muestran cómo las Unidades Protegidas de Alzheimer y Demencias combinan rutinas, terapias y cuidados para preservar la calidad de vida de los mayores.
“Me quedé hecho polvo, se me vino el mundo abajo. Nunca pude imaginar que mi mujer fuese a tener Alzheimer, estaba llena de vida, llevaba la casa, cuidaba de su familia y siempre había sido una mujer muy activa. Había escrito un libro de cocina, dominaba el inglés perfectamente, mecanografía, taquigrafía, era secretaria de dirección de una empresa importante. No me lo podía creer”.
Con estas palabras, José Luís Mesa, de 77 años, relata cómo hace dos recibió el diagnóstico de Alzheimer de su esposa Maribel, actualmente residente en el centro de mayores Bouco Madrid Aravaca y en situación de dependencia total debido a su deterioro cognitivo. Como sucede a muchos familiares de personas que padecen esta enfermedad, José Luís quedó bloqueado y sin saber cómo actuar.
Una vez identificado el origen de los síntomas más evidentes —despistes y fallos de memoria—, centró sus esfuerzos en la medicación, en las citas con especialistas y en proporcionarle los cuidados que necesitaba. Hasta que aparecieron los problemas de lenguaje, la afasia, y con ella la imposibilidad de comunicarse: “eso fue lo más duro”.
Su experiencia es similar a la de otros allegados de personas con Alzheimer, según explica desde este centro la psicóloga María del Mar Tribaldo, quien añade que la duda más frecuente de los familiares es si su ser querido sufre y qué grado de consciencia conserva.
A esas inquietudes se suman otras, como apunta Carla Ruiz, psicóloga en Bouco Madrid Valdemarín. Entre ellas, si la persona recuerda los momentos, si es consciente de las despedidas o de la marcha de los familiares.
Para responder a este perfil tan específico y cada vez más numeroso de mayores, las residencias apuestan por unidades de vida especializadas en función del nivel de dependencia. Es el caso de las UPADs, Unidades Protegidas de Alzheimer y otras Demencias, presentes en las residencias Bouco. En estos espacios, las rutinas, actividades y relaciones sociales se organizan en torno a la enfermedad y se personalizan según la edad y el estado cognitivo de cada mayor. Se trata de entornos protegidos que garantizan la seguridad y trabajan en frenar el avance de la enfermedad día a día, minuto a minuto. Además, los residentes cuentan con la atención de equipos multidisciplinares integrados por médicos, enfermeras, psicólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y otros profesionales.
Empezar bien el día, con la misma rutina de acompañamiento y cuidados
La rutina constituye la base del trabajo con personas con Alzheimer, ya que su mantenimiento facilita la orientación, la seguridad y la calma, al tiempo que reduce la probabilidad de alteraciones conductuales, explica Carla Ruiz. Para María del Mar Tribaldo, lo fundamental es comenzar bien la jornada, algo que se logra garantizando acompañamiento y cuidados desde el despertar, manteniendo horarios estables en la toma de medicación o en el desayuno. “Por la mañana a lo mejor están un poquito más activados y pueden hacer actividades enfocadas a algo más estimulante y que requiera más esfuerzo, como gimnasia mantenimiento y estimulación cognitiva”. Por la tarde, cuando el rendimiento es menor, las actividades se orientan hacia lo lúdico y siempre adaptadas a un entorno sin barreras.
El trabajo se articula en talleres que incluyen musicoterapia o estimulación sensorial, con el objetivo de mantener activas tanto las capacidades básicas —atención, orientación, memoria inmediata— como las funciones cognitivas superiores, entre ellas el lenguaje, el razonamiento o la planificación.
La terapia más destacada es la de reminiscencia, que busca anclar al mayor en sus recuerdos, recuperar los perdidos y estimular la creación de otros nuevos, con el fin de recomponer fragmentos de identidad. Se desarrolla en salas de reminiscencia, espacios ambientados en épocas pasadas, como salones decorados con televisores antiguos, aparatos, cuadros y muebles de época. Según explican las psicólogas, esta actividad favorece además los lazos interpersonales, ya que al realizarse en grupo se combate el aislamiento.
No sé quién eres, pero te quiero
¿Qué consejos pueden ofrecer estas profesionales a los familiares de personas con Alzheimer? La respuesta es clara: que se cuiden. Para ayudar es necesario estar bien, de modo que, cuando la seguridad de la persona ya no pueda garantizarse en casa, se recurra a la ayuda médica y sociosanitaria. También aconsejan informarse para comprender los cambios que transforma a su ser querido, que sigue presente, luchando contra el olvido.
María del Mar Tribaldo concluye con un ejemplo que refleja este mensaje. El de una residente con Alzheimer que recibía la visita diaria de su marido. Él tomaba el tren cada día, sin importar el frío, el calor o la lluvia. “Allí estaba todos los días. Y cuando veía a su mujer, a ambos se les iluminaba la cara. Él siempre le preguntaba a ella cuando la veía: ‘¿Quién soy yo?’ Y ella nunca contestaba porque apenas conservaba ya lenguaje y estaba la mayor parte del tiempo adormilada pero, un buen día cuando le preguntó ‘¿quién soy yo?’, ella le respondió: ‘no lo sé, pero te quiero’”.
En la actualidad, se estima que cerca de 900.000 personas padecen Alzheimer en España. Aunque no existe una cifra exacta de mayores afectados, entidades como la Fundación Pascual Maragall señalan que más del 10% de quienes superan los 65 años sufren la enfermedad. El avance de la edad se asocia a una mayor dependencia y a una discapacidad añadida. A partir de los 75 años, la dependencia vinculada a la demencia progresa de forma exponencial y, según algunos estudios, puede alcanzar el 40% a los 90 años. La intervención precoz, la prevención, las terapias y la atención de profesionales multidisciplinares resultan esenciales para garantizar la mejor calidad de vida posible.