El rincón del director

Cuando cumplir la ley puede desorientar más que ayudar

Privacidad en las residencias. (Foto: ChatGPT).
Anna Cebrián | Miércoles 03 de septiembre de 2025

En la residencia Las Marismas, de la que, por cierto, eres directora, hace tiempo que debatimos internamente si podemos o no poner el nombre y la foto de los residentes en la puerta de su habitación. La respuesta no es sencilla. No lo es porque, aunque el sentido común y la experiencia nos digan que sí, la interpretación de la normativa —concretamente, la Ley Orgánica de Protección de Datos— varía según quién venga a inspeccionar.

En nuestras unidades de demencia, donde atendemos a personas con Alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas, este recurso puede marcar una gran diferencia. El simple hecho de ver su propia imagen y su nombre en la puerta les ayuda a orientarse, a reafirmar su identidad y a moverse con mayor autonomía por el entorno. Y no solo eso: también permite al resto de residentes y al personal tratarlos con un nivel más alto de reconocimiento y calidez humana. Sabemos que llamar a alguien por su nombre no es lo mismo que decirle "caballero" o "señora".

Después de varios viajes geroasistenciales organizados por Inforesidencias, hemos podido ver cómo este recurso se utiliza ampliamente en países como Alemania y el Reino Unido. Allí no solo se colocan nombres y fotos, sino que en muchos casos se decoran las puertas con elementos significativos para la persona, creando un entorno más hogareño, comprensible y personalizado.

Aquí, en cambio, nos encontramos con que a veces un inspector considera que poner una foto en la puerta vulnera la confidencialidad del residente, mientras que otro ve en ello una buena práctica de Atención Centrada en la Persona. Y entonces aparece la inseguridad jurídica: ¿cumplimos la ley o cuidamos mejor? ¿Protegemos la privacidad o la dignidad?

Quizá ha llegado el momento de recordar que las leyes deben interpretarse desde su espíritu y finalidad, no desde el miedo. La protección de datos no debería convertirse en un obstáculo para humanizar los cuidados, especialmente cuando hablamos de personas que más necesitan orientación, vínculos y un entorno comprensible.

¿Es más invasivo mostrar el nombre y la foto de una persona en su puerta o permitir que, por no tener referencias claras, entre y salga de habitaciones ajenas hasta encontrar la suya, sintiéndose cada vez más nerviosa, desorientada e irritable?

¿A quién protegemos realmente cuando despersonalizamos los espacios?

¿No deberíamos preguntarnos si, en nombre de la privacidad, estamos perdiendo humanidad?

¿Qué opináis o experiencias tenéis para poderlas compartir en este espacio?

Autora del caso: Anna Cebrián es licenciada en Económicas, Master en Dirección de Empresas y postgrado en dirección de servicios gerontológicos. Directora de Inforesidencias.com

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