El final del verano trae consigo el regreso a las rutinas, un proceso que para muchas personas mayores implica un reajuste tanto físico como emocional. Durante las vacaciones, suelen alterarse los horarios, reducirse la actividad social o interrumpirse hábitos cotidianos. Esta pausa, aunque temporal, puede provocar apatía, insomnio, irritabilidad o una sensación de falta de energía al retomar la vida diaria.
“La rutina, además de estructurar el día a día, proporciona seguridad, sentido del tiempo y conexión con el entorno. Cuando esto se rompe, aunque sea por un motivo positivo como las vacaciones, es normal que la vuelta genere cierta desorientación emocional. Por ello, es importante no forzar el ritmo y acompañar este retorno con empatía y planificación”, explica Soledad Scarcella, psicóloga de Blua de Sanitas.
La adaptación tras el verano, por tanto, no debe afrontarse como una exigencia inmediata, sino como un camino que se recorre poco a poco y en el que el acompañamiento resulta clave. “Volver a la rutina es una oportunidad para recuperar hábitos saludables, pero también para identificar nuevas motivaciones, reforzar vínculos y prevenir el aislamiento, que es uno de los principales riesgos para la salud mental en esta etapa de la vida”, subraya Alfonsy Díaz Sánchez, psicóloga de Sanitas Mayores.
Con el objetivo de que este proceso de reincorporación resulte más llevadero, desde Sanitas Mayores recomiendan seguir estas pautas:
Respetar los tiempos de adaptación: es importante no imponer una vuelta inmediata a todas las rutinas previas. En este contexto, permitir que la persona retome poco a poco a sus horarios, hábitos y actividades facilita la transición y aminora el estrés.
Reincorporar actividades relevantes: recuperar aquellas actividades que daban sentido a la rutina antes de las vacaciones, como leer el periódico o dar un paseo a una hora concreta ayuda a reactivar la memoria emocional y mejorar el estado de ánimo. Se trata de acciones son sencillas, y pero que tienen un gran impacto en la percepción de bienestar.
Favorecer la socialización progresiva: retomar el contacto con amistades o familiares, aunque sea con encuentros breves, mejora la motivación y previene la sensación de desconexión. En este sentido, compartir experiencias del verano o planificar nuevas salidas sería un buen punto de partida.
Evitar la sobrecarga de estímulos o tareas: querer “recuperar el tiempo” tras el descanso estival puede generar agobio o fatiga. Por ello, es preferible organizar la semana con actividades espaciadas, alternar momentos de actividad con otros de descanso y dar espacio a la adaptación emocional.
Apoyarse en profesionales si hay señales de malestar: si la persona mayor presenta síntomas persistentes como insomnio, falta de apetito o tristeza continuada, lo más útil es consultar con un profesional de la salud. “Una pequeña intervención a tiempo es trascendental para prevenir que un malestar puntual se convierta en un problema más complejo”, concluyen las expertas.