Opinión

Director de residencia: el solitario no deseado

Carmelo Gómez Martínez, enfermero especialista en Geriatría.
Carmelo Gómez Martínez | Viernes 18 de julio de 2025

Hace tan solo unos días un buen amigo, de esos que la vida sitúa a tu lado cuando menos te lo esperas, me dijo que antes de que acabara el verano iba a presentar su baja voluntaria ante la gerencia de la residencia en que desempeñaba la labor de director desde hace muchos años. Estuvimos charlando largo y tendido. En ningún momento surgió ni un solo reproche a la institución en sí, ni a la carga ética que supone llevar a tus espaldas la mochila de la responsabilidad de proveer los mejores cuidados a personas frágiles y vulnerables durante los últimos años de sus vidas.

Los dos compartíamos años de experiencia, la cual nos ha facilitado, junto a una madurez serena, la capacidad de eliminar las brozas que a veces impiden ver bien el fondo de la cuestión. A los dos nos gusta a ayudar a otros, prioritariamente a los vulnerables. En un momento concreto de la conversación, de una amistosa escucha empática, salió un sentimiento: la soledad experimentada por el director. De cara a la gerencia, ya se trate de instituciones lucrativas o no, el director es esa persona que recibe todas las quejas, las reclamaciones, y que tiene el firme encargo de que intente que no lleguen a una junta del consejo de dirección o de patronato o junta directiva.

Su labor principal es que “todo vaya bien”. Y es que cuando un director recibe una llamada de la residencia a su teléfono móvil sabe antes de descolgar que se trata de “un marrón”, más claro u oscuro pero marrón, al fin y al cabo. El móvil se convierte el primer día de trabajo de director en algo así como un marcapasos que te acompañará en todas las actividades cotidianas, un aparato que nunca se apaga en su vida tecnológica. Así visto, una de las mayores preocupaciones de cualquier director es llevar siempre consigo un cargador, y tener cobertura en el móvil permanentemente, por si acaso llaman de “la resi”. Antes de que existieran las redes sociales muchos directores de este país nos metíamos los móviles al baño, por si acaso.

El director es esa figura que se encuentra justo entre aquellos que toman las decisiones generales, las macro, y aquellos que en último término deben ponerlas en práctica, y en cierto sentido soportarlas, de manera activa o pasiva, es decir, lo micro.

El director debe dar cuenta a la gerencia regularmente del grado de consecución de los objetivos generales de la organización, como el cumplimiento estricto del presupuesto ya escaso a priori, la mejora de objetivos relacionados con la “optimización” de las plantillas, la consecución de informes favorables en auditorias que, por cierto, casi siempre nada tienen que ver con la atención directa a los mayores, la disminución de quejas y reclamaciones de los familiares, entre otras muchas que no caben en este escaso espacio de escritura.

Además, el director debe dar cuenta casi diariamente a los que deben prestar la atención directa e indirecta en la residencia acerca de los objetivos que estos marcan de manera unilateral, como la satisfacción personal con la tarea realizada, el disfrute de las vacaciones en el periodo que mejor les viene de manera innegociable, la mediación en las luchas intestinas entre los subgrupos de trabajadores del centro (enfermeras contra gerocultoras, limpiadoras contra gerocultoras, gerocultoras contra gerocultoras, etc).

Al final, el director siempre será visto por la gerencia como un trabajador más. Sí, se le trata con mucho más cariño, pero en ocasiones no está tan claro si es por compasión por parte de la propia gerencia o bien por demorar todo lo posible la difícil tarea de buscar un nuevo director, aunque este ya esté quemado. Frases del tipo “tú eres el director, búscate la vida” expresadas por ciertos gerentes o miembros de patronatos cuando se les pide apoyo y consejo no ayudan mucho, la verdad.

Análogamente, los trabajadores, se trate de la disciplina que se trate siempre los verán como “uno de los jefes, de los de arriba”, un extraño respecto a ellos, cuya misión es algo así como el sicario encargado de oprimirles, agobiarles y explotarles. La ansiedad resultante de sumar los problemas personales (casa, pareja, hijos, cuidados de los padres, etc) al peso de la responsabilidad de ser consecuente con la difícil tarea de cuidar por lo visto solo puede atenuarse con expresiones del tipo “la culpa es del director que no tiene ni idea”.

En este escenario nada imaginario el despacho del director, la mayoría de veces, es contemplado por unos como un paraíso, para los de arriba, y por otros como una sala de tortura, para los otros. Pero para el director es el lugar donde tristemente la soledad más absoluta se escenifica. Una soledad que él no había deseado cuando empezó a desempeñar su labor de cuidar de las personas vulnerables desde la responsabilidad de la dirección.

No es esta una cuestión nada baladí. En los tiempos que corren muy pocos, ni gerentes ni directores, ponen el acento en cuidar a los que deben liderar, que no mandar ni solo dirigir, un grupo de personas para cuidar de manera diligente a otras personas. Esto ha provocado que de manera progresiva se estén incorporando a la dirección de residencias perfiles profesionales y personales que nada tienen que ver con el cuidado de personas. Si bien hace años dirigir una residencia era motivo de orgullo propio y respeto social, actualmente esta tarea se ha ido banalizando hasta el punto de rozar tasas de rotación nunca vistas hasta ahora.

Por lo visto, en opinión de algunas gerencias, y también del resto, cualquiera puede dirigir una residencia. Nada más lejos de la verdad, de lo justo y de lo necesario. La integridad de nuestros seres queridos está en sus manos.

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