Mis amigas y amigos del sector saben que he dedicado mucho tiempo al análisis de las ratios de personal gerocultor. Por este impenitente esfuerzo, diría que me perdonan algunos de mis excesos y muchos de mis argumentos recurrentes. Sin embargo, por mi insistencia, alguien ajeno a mi persona podría criticar, probablemente con razón, esta nueva tribuna de opinión “sobre lo mismo de siempre”. Razones no le faltarían porque, visto lo visto, seguiré siendo terco como una mula por convencimiento e irreductible, como el pueblo galo de Asterix, en mis planteamientos técnicos.
Lo he dicho por activa y por pasiva: hay que ser cocinero antes que fraile. Y, en esa condición, tener el arte y parte que otros se arrogan sin saber cocinar y sin poder predicar por falta de experiencia de campo. Sí, efectivamente, me refiero a aquellos que estiman la ratio de futuro a partir de complejísimas expresiones algebraicas del tipo ratio futura=ratio presente+X%, donde, aplicando a conciencia el método científico, consideran que X es igual a 15% (así, porque sí, porque yo lo valgo de L’Oreal Paris).
Siempre he manifestado que el personal gerocultor es el principal recurso para prestar una atención y cuidados de calidad contrastable. Dada su incuestionable importancia, la necesidad de este colectivo profesional debería estar objetivada para no ser ni excesiva ni, por supuesto, insuficiente. Así, convendría que aspirásemos a definir un buen prescriptor de ratios, sensible a las necesidades de apoyo de tercera persona para las actividades básicas de la vida diaria, las actividades instrumentales y otras tantas que queramos suponer (necesidades particulares de cada residente que avanzan una idea de personalización sujeta al concepto de biorritmo del cuidado).
MORETAG-DENAdat ha sido mi contribución a esta causa. Esta herramienta objetiva la necesidad de personal gerocultor, lo que en el sumun de la inventiva terminológica política algún visionario ha etiquetado como nivel Ad1N. Por cierto, un nivel de cuidados al que otros -o, tal vez, los mismos visionarios dispuestos a seguir despejando incógnitas de futuro sin fundamento metodológico alguno- se atreven a poner valor trasversal para el conjunto de comunidades del Estado: 0,35 en 2025, es decir, 35 gerocultoras/es a jornada completa por cada 100 residentes.
“Bueno, al menos tenemos un valor consensuado”, dirán los más optimistas. Pero ahora viene lo verdaderamente surrealista de la propuesta: INDEPENDIENTEMENTE DEL PERFIL DE DEPENDENCIA o, por ser más oficialistas, del grado del BVD. Esta decisión operativa de la resolución del 28 de julio de 2022, conocida popularmente como “Acuerdo Belarra”, choca frontalmente con la regla de la evidencia de Descartes que, en su Teoría del Conocimiento, viene a decir que “no admitamos como verdad nada que no sea evidente”, de modo que la falacia de la reducción al absurdo no sea el eje vertebral de las ratios de futuro. Solo se me ocurre una pareado para terminar este párrafo: Descartes soporta sus conclusiones en la ciencia / los illuminati 28-07-22 decretan ratios a conveniencia.
Hace unos días, mi amiga Mary Martínez, directora de Operaciones de Savia Residencias, me envío un enlace a un artículo publicado en el Journal of the American Geriatrics Society que me hizo especial ilusión. Gracias a Mary, fui consciente de que, grosso modo, un estudio encabezado por Charlene Harrington “subraya un aspecto esencial: las ratios fijas, sin tener en cuenta la complejidad del residente, no funcionan”. En cuanto leí esta conclusión entré en una especie de éxtasis profesional porque fui consciente de que mis preocupaciones metodológicas también las tienen al otro lado del océano Atlántico. ¡Qué alegría da saber que algunos no estamos solos!
Cuando uno sostiene contra viento y marea que ciertos dogmas no son tan innegables como aparentan, y observa, tan espantado como horrorizado, que quienes tienen la sartén por el mango pretenden extender los modelos nórdicos a precios ibéricos -ojalá fueran de pata negra, pero va a ser que no-, no tiene otra opción que buscar argumentos contrarios donde se encuentren, incluso allende los mares.
Las unidades de convivencia “puras” con tamaño de 15 plazas, insensibles a la configuración funcional de los residentes y con presencias fijas de 3 gerocultoras/es en turno de mañana-tarde y un gerocultor/a en turno de noche (ratio igual a 0,71 para una jornada anual de 1.772 horas), además de incrementar sustancialmente la dotación de personal gerocultor exigible en cualquier marco regulador autonómico, producen unos costes de atención muy por encima del coste medio alcanzable según las normativas vigentes.
No hay muchos estudios con suficiente calado metodológico al respecto, así que ilustraremos la diferencia con dos referencias de interés: en una simulación de Josep de Martí, el coste mensual de una unidad de convivencia alcanzaría los 4.500€/mes; en opinión de Gerokon, el coste de atención residencial de una persona mayor dependiente ascendería a 2.050€/mes. Según estos estudios, ambos de 2021, el precio de la unidad de convivencia podría llegar a ser un 120% mayor que el de una residencia mal llamada “tradicional”. Solo me quedaría apostillar con un lacónico “no hay más preguntas, señoría”. Aunque podría formular una más, seguramente retórica: ¿Quién pagaría la ronda?
Sí, lo sé, habrá quien defienda, retomando las conclusiones de Charlene Harrington y su equipo, que un estudio más sanitario que social, basado en la realidad clínica de atención, no puede ser extrapolado a un nuevo paradigma de cuidados que orienta sus soluciones desde las capacidades como objeto de la atención y no desde la enfermedad como factor limitante. No seré yo quien se postule como paladín de lo contrario. Pero, como cocinero -trece años dirigiendo una residencia-, puedo afirmar, conforme a mi experiencia gestora, que cuando Charlene confirma que “el perfil del paciente determina la dotación necesaria, la formación del equipo y los protocolos de atención” está en lo cierto. Esa perspectiva organizativa, permítanme, si es perfectamente extrapolable, aun cuando sustituyamos paciente por persona y residencia por hogar.
Como fraile, incluso con más años de experiencia que como cocinero, he analizado con diferentes metodologías los modelos de cuidados de todo tipo de organizaciones (públicas, privadas con o sin ánimo de lucro, grandes, pequeñas, con diferentes propuestas arquitectónicas, con distintos criterios de intervención, en entornos rurales o urbanos y con aquellas o estas filosofías del cuidado). Después de infinidad de horas de estudio comparativo entre todo tipo de modelos que podamos intuir, he llegado a una doble conclusión contrapuesta por razón de su dispersión imaginativa y su concentración organizativa: por un lado, la inmensa riqueza que atesora el sector al ofrecer muy diferentes propuestas y soluciones para garantizar un cuidado digno (dispersión imaginativa); por otro lado, la indudable tendencia a configurar la residencia conforme al perfil del residente (concentración organizativa).
Este hecho, necesariamente integrable con la personalización del cuidado, pone encima de la mesa de debate una evidencia organizativa compartida por el conjunto del sector: las residencias organizan sus sectores por asimilación de perfiles de dependencia, es decir, en función de unas cargas de trabajo uniformes y homogéneas.
Baste el gráfico para comprobar la aplicación del criterio de isocarga (ilustración elaborada con datos reales de una residencia a la que se aplicó la metodología MORETAG-DENAdat). Obsérvese que el grado de compartimentación es alto (0,69).
Además, añado sin sonrojarme, la especialización facilita el equilibrio entre recursos y necesidades desde la eficiencia propia de las sinergias obtenidas. El café para todos no siempre es la mejor solución, aunque indiscutiblemente sea la más simple. Pero no caigamos en el error de confundir simpleza y sencillez: lo simple se caracteriza por ser llano y falto de profundidad; lo sencillo es preciso y sintetiza toda la complejidad implícita en el proceso.
Cuando estipulamos en norma que los centros residenciales deben organizar sus plantillas conforme a ratios fijas y únicas -sean de 0,71 para lo nórdico o de 0,35 para el “Acuerdo Belarra”-, no reactivas al perfil de dependencia y, por tanto, en absoluto adaptables o “líquidas” (acertadísimo concepto acuñado por Carmen Sam, directora ejecutiva de Mensajerosad), no hay “agrupación por nivel asistencial” que valga. Con este tipo de articulados normativos, la carga de trabajo desaparece de la ecuación como variable asociada al “nivel asistencial” para reaparecer, muy probablemente condicionada por un alto contenido subjetivo, como un parámetro sin correspondencia con el grado de dependencia (craso error).
Quién sabe si, en el fondo, tras estas propuestas dogmáticas prevalece la táctica del papel lo soporta todo, frente a la estrategia objetiva del cálculo riguroso; o, quién sabe también, si no estamos ante un nuevo episodio de la eterna dualidad entre lo simple y lo sencillo, entre el Word y la Excel. Ojo cuidado, que diría mi amiga Sara de la Peña, coordinadora de centros en Gerontorioja, si nos obsesionamos en diseccionar el futuro desde la barra de herramientas de un procesador de textos. Lo que viene, en buena parte, hay que analizarlo desde el razonamiento numérico. Si no, ¿cómo daremos solución a los problemas planteados por el aluvión demográfico, el tsunami de la escasez de profesionales, el avance sostenido hacia perfiles progresivamente más demandantes, la inaplazable revisión salarial excluidas Gipuzkoa y Bizkaia o la posibilidad de alcanzar la famosa cobertura del 5% en plazas residenciales? Guste o no, problemas con números -muchos números- por detrás, y cálculo -mucho cálculo- por delante.
Por favor, como demostró Newton, dejemos que la gravedad desempeñe su papel y tengamos los pies en el suelo. ¡Ah, no, que tenemos la estrategia de la desinstitucionalización para poder levitar!
Ya me lo dicen mis amigas y amigos: Alex, qué ingenuo eres. Pero mientras no me lo digan Charlene Harrington y sus colegas americanos…