Yo soy más conocedora de los residentes que de las residencias. Especialista en personas, no en edificios. Lo importante es que las residencias que ya existen se han encarecido. Nuestras personas mayores tienen derecho a precios ajustados a lo que cada uno pueda pagar y recibiendo la máxima calidad material y humana. ¿Por qué se encarece el suelo? ¿Por qué las constructoras elevan los precios? Yo no entiendo de economía, pero me parece que si se pone en valor a las personas la economía subiría.
Si se piensa en nuestros mayores, que pronto lo seremos todos, incluidos los que encarecen los precios; si se hace la locura de invertir en amor, se abaratarían los suelos, las constructoras ajustarían sus precios, seríamos más pobres, pero más felices y estoy segura de que la economía subiría, porque una sociedad feliz, genera productividad, trabajo y esfuerzo, personas felices que crean y generan talento. Vamos en la dirección contraria, nos mueve el dinero y cada vez somos más pobres.
Son las ganancias aquello que mueve al mundo. Se piensa que el “tener” es lo que da la felicidad. La sociedad pone en valor todo lo que da dinero, olvidando que cada ser humano es esa acción que corre en bolsa, que hace que se obtengan ganancias y beneficios, pero en amor, en aquello que da la auténtica felicidad. Hemos convertido nuestro mundo en una ecuación de costos y beneficios, se piensa que es el economista aquel especialista que mueve el mundo.
Es el anciano persona vulnerable, que se encuentra en ese momento vital que anuncia la despedida. Hemos perdido los grandes valores que ven en el anciano la cumbre del crecimiento, porque a la vez que el estado físico involuciona, aumenta la sabiduría que lleva a la plenitud, la belleza interior, la sensibilidad y capacidad de amar de nuestros mayores, se vuelven personas dadas, entregadas a las nuevas generaciones, se desviven por los hijos y los nietos, son nuestro gran valor.
Se ve como lo normal acabar en una residencia, después de una larga vida familiar y entrañable, es algo asimilado por toda una sociedad que al final de nuestros días, estaremos fuera de nuestras casas, en donde dejaremos atrás los recuerdos de lo vivido, casas tan costosamente pagadas, tras afrontar hipotecas que duran toda una vida. Todos seremos ancianos, volveremos a la infancia en la última etapa de la vida, necesitaremos sentir que se nos quiere.
El anciano muestra un apego afectivo hacia los hijos, como si viviera intercambio de roles, los hijos se hacen padres de sus propios padres, el hijo pasa a ser esa figura que da protección y cariño al anciano, como si los hijos padres fueran.
La persona mayor es persona con pasado, necesita hablar de lo vivido y compartir recuerdos. Son personas que han sufrido pérdidas de sus seres queridos, que les queda de ellos esa casa plagada de sus memorias.
Si un anciano deja su casa se encuentra ante otro duelo, esta vez no es por la pérdida de seres queridos, ahora es experimentación de la pérdida de lo vivido, vivencia del desarraigo y la memoria abocada al olvido.
Paso difícil la adaptación a una residencia, en la que el anciano ganará relaciones sociales, actividades compartidas con otros residentes, será cuidado por profesionales, pero con esa tristeza por la pérdida de sus recuerdos. Las residencias deberían ser lo más parecido a una casa, tanto en la distribución de estancias y espacios, como en el funcionamiento de la residencia, horarios, actividades, relaciones, acogida, dinámicas, todo orientado a que el anciano se perciba como en su casa y como si tuviera una familia.
El mayor experimentará que hay vida, que el bienestar es posible, que hay personas que le cuidan, con dulzura y afecto. El anciano sentirá que tiene una nueva familia, porque necesita sentirse querido, establecer vínculos de apego. La persona cuidadora, en una residencia o en el hogar, si es persona afectiva y entregada, se esmerará en los cuidados, que el anciano no se sentirá una carga. La psicología del anciano retorna a la psicología de la infancia. Hay que cuidar a nuestros mayores con el mismo afecto y ternura que a un niño.
El anciano no es una CARGA, es un REGALO que se te da.
El anciano que culmina su vida siendo amado, le haces resucitar. Es el amor lo que sacia, nutre, llena y colma de toda necesidad.
Invertir en nuestros mayores es invertir en Amor. La sociedad prefiere apostar por el joven, cargado de vitalidad, fuerza y salud; pero ¿No sería mejor poner en valor la sabiduría del paso de los años y la gran capacidad de amar del mayor?
Más bien tomemos la alegría de las dos generaciones, que cuando se juntan se da la magia del Amor que no tiene medida, no se puede cuantificar, pero te regala la felicidad que siempre trae riqueza, pero no la que se toca, sí la que se siente.
Hay un desequilibrio entre lo que la persona mayor nos da y lo que recibe de la sociedad.
Invertir en residencias afectivas, entrañables como la propia familia, nutridas de amor, es apostar por la salud y la felicidad de toda la sociedad. No es el economista el profesional que necesitamos, necesitamos personas humanas que apuesten por nuestros mayores, abaratar los costes materiales para que haga su entrada una era de crecimiento económico, cuando se pone en valor a la persona mayor ¿Cómo?
Construyendo residencias afectivas que den la felicidad a nuestros mayores.
Cuidemos a nuestros mayores, cuidar es Amar
Dedico estas palabras a mi madre, fallecida el 5 de enero de 2024, siento agradecimiento por los años que la he tenido en vida. Solemos valorar lo que tenemos cuando lo perdemos; pongamos en valor a nuestros mayores ahora, los que todavía están con nosotros, regalémosles la felicidad.
Mª Esther Gómez Rubio es psicóloga clínica