Seguimos con los casos prácticos dirigidos a directores y profesionales de residencias.
Si la semana pasada tratamos sobre gestión de personal en “Grupitos y problemas” (en el que os invitamos a participar), en esta ocasión vamos a ponernos en el lugar de nuestros residentes de la imaginaria Residencia Las Marismas para analizar si trabajamos bien y qué podríamos hacer mejor.
Os recordamos que quiénes queráis hacernos llegar vuestras reflexiones escribiéndolas en la parte inferior de esta página o haciéndonoslas llegar a info@inforesidencias.com
El autor de este caso es Josep de Martí, gerontólogo y jurista, además de profesor en varios Másters y Postgrados.
QUERIDA MARÍA,
ya ha pasado el primer mes de mi vida en la residencia Las Marismas y las cosas no son tan malas como pensaba. Desde mi rotura de cadera sigo hecha una piltrafa pero aquí, una vez me he ido acostumbrado, parece que mejoro.
Las chicas son muy atentas. Hay una que se llama Marta que es especialmente dulce. Cuando le toca levantarme y hacerme el aseo me encuentro en la gloria. Es amable, siempre me pregunta si estoy bien y, aunque vaya rápido, es un placer. Si todos los días me levantase ella esto sería fantástico.
La hora de la comida es la peor. Acostumbrada como estaba a cocinar para mí sola, comprando 200g de pescado, o unos espárragos trigueros, las cosas ahora han cambiado mucho mi vida gastronómica. Parece que todo lo que compran es congelado y que, aunque tengo la salud bien, me tendré que resignar a comer sin sal y a renunciar a la copita de anís que me tomaba después de la cena y me sentaba tan bien.
Los primeros días me costaba comer rodeada de tantos viejos y quise pedir comer en mi habitación, pero otra señora, que está muy bien y vive aquí con su marido, me recomendó que no dijese nada que me hiciese parecer “difícil” a ojos de las cuidadoras, ya que hay algunas que pueden tener mala uva si te cogen manía.
También me dijo que lo mejor es que “vaya a lo mío” y no llame la atención. Como es lo que he hecho toda la vida no me costó demasiado desistir. No pedí nada y, efectivamente, me dejan bastante tranquila. Por eso no he llegado a pedir que me dejasen traer la cómoda que siempre había tenido en mi habitación y que ahora me guardas tú. Sé que aquí dejan traer cosas pequeñas de casa pero, una cómoda, ni me atrevo a pedirlo.
Todavía no he hecho amigas por lo que espero tu regreso de vacaciones para que vengas a visitarme. Aprovecho para pedirte un pequeño favor: cuando llegué aquí tuve una entrevista con una doctora de la residencia que me dijo que varias de las pastillas que tomaba desde hace años ya no sirven y me pueden estar haciendo daño. A mí me ha extrañado mucho pero cuando se lo dije pareció molestarle y me callé.
Total, que de momento me han quitado todas menos la de la tensión. ¿Podrías comprarme en la farmacia el laxante de la caja blanca con la raya amarilla que tomaba? Es aquél que me recomendaste tú pero se me ha olvidado el nombre.
Con eso de las medicinas aquí pasan cosas divertidas. Como no te dejan que te las guardes y te las tomes tú, pero unas cuantas estamos bien de la cabeza y nos gustaría llevar nuestras propias cosas, hay quien se las esconde en la habitación. Incluso algunos residentes que salen cada día van a la farmacia y te pueden comprar cosas si les das el dinero.
Pasa un poco lo mismo con la comida. A veces me guardo un trozo de pan y un quesito del desayuno en el armario por si me coge hambre por la tarde, pero tengo que esconderlo porque está prohibido tener comida en la habitación. Imagínate que vergüenza si la descubren.
Esas cosas me hacen pensar que vuelvo a vivir en el internado de las monjas antes de la guerra. Aquí no pasas hambre ni frío. Nadie tiene sabañones ni recibe coscorrones, pero te mueves al son que te marcan. Hay unos horarios fijos y casi todo el día hay algo que tienes que hacer, te apetezca o no: que si gimnasia, que si trabajos manuales, que si quedarte en el salón de la tele porque todavía no se puede ir a la habitación.
Bueno, ahora ya tengo que dejar de escribir porque pronto traerán a mi compañera de habitación. Se llama Eduvigis y, como se le ha ido un poco la cabeza, cuando me ve, siempre está diciendo tonterías o se pone a lloriquear como si fuese una niña, así que prefiero apagar la luz enseguida o llamar la una de las chicas a la que, si le digo que Eduvigis está muy pesada, le da un vaso de agua con una medicina que la deja tranquila toda la noche.
¡Y ya ha pasado un mes! Parece como si el tiempo se hubiera parado.
Bueno, recuerdos a Mariano y que acabes de pasar un buen verano.
Firma: Manolita.
Postdata: Cuando vengas, no te olvides de los laxantes.
Ejercicio de grupo:
1.- Determinar posibles maltratos, abusos y prácticas inadecuadas.
2.- ¿Se podría hacer algo para mejorar?
3.- En la balanza “derechos/organización” ¿Qué debería primar en cada supuesto?