Opinión

La influencia de los medios en la imagen de las residencias

Javier Cámara, director de Dependencia.info.
Javier Cámara | Jueves 20 de enero de 2022

Hablando de residencias, alguien podrá pensar que durante este tiempo de pandemia, con las hasta ahora seis olas que han afectado a toda la población, se han hecho las cosas lo mejor que se ha podido dadas las circunstancias. Esta es la opinión generalizada entre las personas que trabajan en el sector y saben lo que ha pasado porque lo han vivido en primera fila. No se lo ha contado nadie, lo han sufrido, como se suele decir, en sus carnes.

Luego están los que piensan que se ha hecho fatal. Aquí, en este cajón, hay que meter por un lado a las familias que, desconsoladas, vieron cómo se les marchó su ser querido, su mujer, su marido o su madre y ni siquiera pudieron despedirse de ellos; y, por otra parte, la prensa generalista, que, en gran medida, informaba sin saber de lo que hablaba. Me llevaré la reprimenda de mis compañeros, pero me pararía a demostrarles cómo se buscaba el ‘titular cebo’ sin buscar la verdad. Un lamentable abuso del clickbait que puso en la diana a las residencias porque eran el objetivo más fácil.

Si además hay una ministra de Defensa dispuesta a echar una mano para que el bulo se extienda…

El caso es que las residencias, para algunos medios de comunicación solo existen cuando hay desgracias. Muchos de los periódicos o de los programas de televisión o de radio que esta semana informaban del terrible incendio en una residencia en la que fallecieron 6 personas no hacen reportajes nunca sobre las cosas buenas que se hacen por las personas que ellas viven.

La influencia de los medios de comunicación en la imagen de las residencias de personas mayores es más que evidente y siempre interesa más el amarillismo de un suceso terrible para abrir telediarios y hacer portadas que otras noticias “menos atractivas”. Nunca podrán competir los beneficios que aportan las actividades al aire libre en un jardín terapéutico o las salas multisensoriales snoezelen contra un caso de cámara oculta en una habitación de residencia, un episodio de Chicote desacreditando la cocina de las residencias o las denuncias infinitas porque a su padre no le ponen tarta de chocolate aunque sea diabético.

Siempre venderá más periódicos y tendrá más audiencia y espectadores una imagen de una persona mayor semidesnuda caída de la cama que un concurso de christmas o una tómbola benéfica para ayudar a los pobres de su ciudad.

Por eso hay personas que no saben cómo es y cómo funciona una residencia hasta que no tienen que llamar para pedir información para un familiar. Entonces sí se informarán y dirán que no quieren pagar más de 1.000 euros por vivir cuidado las 24 horas del día. Llegado ese momento sí las visitan y se sorprenden. “¡Cuánta luz, cuánto espacio, qué jardín!”, me decía uno.

Aunque puedan pensar que tiro piedras contra mi propio tejado por mi condición de periodista, no se crean, mi mensaje cala entre algunos colegas que desconocían el horror sufrido en las residencias durante la pandemia, pero también lo bien que se lo montan en muchas de ellas cuando las circunstancias sanitarias lo permiten. Pese a ello, la batalla, de momento, está perdida. La imagen de las residencias no es buena y no lo será mientras no se diga todo lo que sucede en un centro en el que se atiende a personas las 24 horas del día como contexto a otras noticias.

No nos hemos caído de un guindo y a estas alturas todo entendemos las necesidades informativas e, incluso, alguna experiencia nos hace entender qué es noticia y qué no en un momento determinado. A nadie sorprende que las residencias hayan sido foco de atención mediática en tiempos de pandemia, especialmente durante la primera ola, esa que, repito, cogió a todos y en todo el mundo desprevenido. Se entiende la necesidad de poner el micrófono y la tecla en los fallecidos y no en si hay cocinas individuales. Pero el problema aparece, como casi siempre, cuando entra la visión política e ideológica y se utiliza ésta para criticar que una empresa privada quiera ganar dinero con una residencia.

Indudablemente, poner en tela de juicio la profesionalidad de nadie porque quiere ganar dinero es intentar ensuciar la imagen de un colectivo o a un sector. Díganme, ¿quién está libre de esta crítica, entonces? Si alguien piensa que en una residencia pública se trabaja por amor al arte y nadie gana dinero, que me lo diga.

Por cierto, a todos los colegas que no "tocan" mucho el sector de la atención a las personas mayores que me preguntan tengo que explicar qué es eso de la Atención Centrada en la Persona. No se crea, cualquiera no sabe lo que es una gerocultora. Y sí, efectivamente, todos los periodistas me reconocen que también trabajan por dinero. ¡Insolidarios!

Pero es solo mi opinión y quizá la de alguno más...

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